El catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de A Coruña, Jurjo Torres, estará esta tarde, a partir de las 19,00 horas, en la sede de la UIB de Eivissa para explicar la otra cara de la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). Este «activista político comprometido con la transformación de la realidad y de la mejora educativa», «apasionado» de la escultura, la pintura, la arquitectura, la poesía y el cómic, está considerado una de las voces más autorizadas en España en esta materia, puesto que ha escrito varios libros y ha sido profesor en las Universidades de Salamanca, Santiago de Compostela, y Wisconsin-Madison.
—¿Por qué la otra cara de la LOMCE?
—Porque me pidieron que eligiera una parte de ella y escogí las más desconocidas para el gran público.
—¿Cómo cuales?
—Las del transfondo de la ley y que tienen que ver con su afán mercantilista y de privatización. Realmente busco hacer una reflexión y poner de manifiesto como la LOMCE tiene otra finalidad urgente para el gobierno del PP y para las instituciones que están detrás.
—¿Cuál es?
—Construir un nuevo sentido común en las nuevas generaciones que no tenían las que cursaron los sistemas educativos anteriores. Se trata de construir un tipo de personalidad que vea lógicos los actuales modelos de sociedad neoliberales, mercantilistas y conservadores, y destruir todo aquello que los ponga en cuestión.
—¿Busca entonces educar en una única línea?
—Sí. Busca que se vean como lógicos ciertos aspectos de la sociedad. Esto siempre ha sido así, desde las primeras escuelas del siglo XVI o XVII, donde se enseñaba a leer para transmitir los textos cristianos, hasta la democracia y el discurso de la educación pública donde se formaba a ciudadanos para vivir en una sociedad post dictadura donde todos éramos interdependientes y todos deberíamos colaborar para mantener nuestros derechos.
—¿Y esto no ha evolucionado?
—Por supuesto, sobre todo con la llegada de la crisis. Ahora se busca formar empresarios de si mismos a través de un grupo de personas que piden certificados, títulos o diplomas para luego intercambiarlo en el mercado laboral.
—Pero las empresas piden esos títulos para poder trabajar.
—Claro, pero con esto se consigue que los vínculos de las nuevas generaciones se midan en niveles de competitividad y que palabras como eficacia, rendimiento o emprendimiento formen parte de nuestro vocabulario común.
—¿No es a lo que nos ha llevado la sociedad actual?
—Por supuesto. Pero a base de ser conservadores. Hemos avanzado en otras materias pero ahora mismo nadie pone en cuestión nuestra sociedad. Somos seres resignados, pacientes, obedientes y sacrificados que no protestamos.
—¿Y cómo hemos llegado a esto?
—Convirtiendo y obsesionando a profesorado, familias y alumnos con determinados contenidos educativos. Sólo importan las matemáticas, las ciencias, la lectura y la educación financiera porque son las que marca el sistema de educación mundial. Y además, como hay que sacar unos resultados satifactorios en informes como el Pisa, los centros se obsesionan por conseguir buenos resultados de cara a las familias y sus posibles inversores.
—Veo que no es muy partidario de este tipo de evaluaciones.
—No. Si vemos lo que miden reparamos en que a nadie le preocupa otras materias del sistema que valoran la educación integral que ayuda a una persona a saber un poco de todo.
—¿Y por qué este abandono?
—Porque estamos en una sociedad marcada por el neocapitalismo y el tecnocapitalismo que hace hincapié en negocios relacionados con la ingeniería genética, la genómica, la biología molecular, la farmacología, la medicina regenerativa, la ingeniería o la nanotecnología.
—¿Cómo se podría cambiar esto?
—Intentando que la gente se de cuenta de la importancia de las ciencias sociales y de las humanidades a la hora de pensar en el otro y, por ejemplo, aprender de la historia para no repetir errores. Si cercenan todo esto estamos muy cerca de lo que dijo Francis Fukuyama en los años sesenta del siglo pasado: El fin de la historia.
—Pero eso suena terrible.
—Hombre suena bien para los ricos muy ricos pero para los demás el panorama es muy negro. Es como decir, hijo mío ya puedes morirte que aquí no tienes nada que hacer porque te educan para que no pienses ni te rebeles.