Emilio Duró, nació en Lleida hace 54 años. Este hombre feliz, casado y padre de dos hijos, empresario de profesión, católico y curioso por naturaleza, es un firme defensor de que entre todos «estamos construyendo una sociedad, mejor y más justa, que la que heredamos».
Una idea que intenta transmitir dando charlas por toda España desde que se hiciera famoso «sin querer» cuando alguien grabó una conferencia suya y subió un vídeo a internet sin su consentimiento que se convirtió inmediatamente en un fenómenos mediático. Precisamente, el sábado, a las 13,00 horas estará en el Palau de Congressos de Santa Eulària para dar una de sus famosas charlas con motivo de la entrega de los premios 2015 de la Pimeef.
—¿Qué es esto del coaching empresarial?
—La definición que le daría es la que está en los libros y sería de poca utilidad. No soy coacher (aunque muchas personas lo crean) por lo que no me atrevo a darle una respuesta. Como le decía, soy empresario. En ocasiones, desarrollo labores de consultor empresarial y de profesor en distintas universidades en temas relacionados con el mundo de la empresa.
—¿Cómo llegó a ser el gurú del optimismo?
—Sinceramente, no me considero gurú de nada. Entiendo que somos lo que pensamos y cambiamos nuestra forma de pensar a cada momento.
—Sus tesis no difieren mucho de las decenas de libros de autoayuda ¿Por qué cree que ha tenido tanto éxito?
—No creo en las recetas mágicas, sólo en el ser humano que trabaja e intenta aprender cada día y que desde la humildad, comparte lo que sabe y transmite sus experiencias. Considero que todos los seres humanos somos básicamente iguales y quizá eso que usted llama éxito se debe a que soy muy estándar, con los mismos miedos, inseguridades, dudas, necesidades, problemas, ansiedades,..., que los asistentes a mis charlas y por eso muchas veces se identifican conmigo. Siempre hablo desde el corazón, transmitiendo emociones e ideas que a mí me han servido.
—Pero muchas personas le contratan para que de conferencias. ¿Por qué?
—El motivo se debe a la casualidad. En un foro empresarial se me ocurrió explicar mis tesis sobre el rendimiento empresarial y alguien, sin mi consentimiento, me grabó, lo colgó en internet y yo por más que lo intenté no encontré la manera de eliminar el vídeo. A partir de ahí el vídeo circula sin mi control y me piden que imparta conferencias en muchos foros. Es curioso como planificamos la vida y ésta luego nos sorprende.
—Pero viendo su repercusión en internet, ¿siente que usted ha marcado un antes y un después?
—Rotundamente no y eso me da tranquilidad. En esto como en todo, cada uno ve la parte de la realidad que desea ver. Si alguien viene a una conferencia convencido de que le gustará, probablemente acertará porque buscará la parte positiva de la misma. Si por el contrario ese alguien asiste convencido de que no le aportará nada, también acertará, porque se fijará solo en aquello en lo que no esté de acuerdo.
—¿Qué consejos da en sus charlas?
—Desde hace años me dedico al estudio de las competencias que poseen las personas que obtienen mayores éxitos en la vida y he llegado a la conclusión de que todas ellas, tienen la capacidad de ser optimistas ante los retos que les ofrece y que les impone la vida. Yo entiendo el optimismo como la capacidad de enfocar toda la energía y los pensamientos positivos hacia lo que se puede hacer en el presente, en lugar de orientarnos hacia el pasado, que ya no puede cambiarse y solo sirve para buscar culpables de las experiencias negativas.
—Parece sencillo pero en pocas ocasiones se consigue buen rollo entre trabajadores y jefes ¿es posible?
—Entre jefes y trabajadores, en la mayoría de las empresas, la relación es de confianza, respeto, aprecio,…, No se puede trabajar cada día con mal humor entre los miembros de una compañía, además de desagradable, resultaría poco rentable.
—¿Cuánto mejoran las empresas si aplican lo que usted dice?
—Los últimos datos dicen que las personas optimistas rinden entre un 65 y un 100% más, que las que no lo son. Sería presuntuoso por mi parte decir que las empresas mejorarán sensiblemente si siguen mis recomendaciones. Simplemente, les expongo mis conocimientos y transmito mis experiencias de la manera más amena posible, con el objetivo de que puedan interiorizar los mensajes que en cada caso consideren, para su propio beneficio.
—Parece que ya repuntamos un poco de la crisis pero ¿cómo puede ser optimista un parado, un pensionista que no llega a fin de mes o un estudiante sin perspectivas?
—Me esperaba esta pregunta. Creo que el ser humano tiende a fijarse en todo aquello de lo que carece, en lugar de valorar lo que tiene. Afirmo constantemente que vivimos en el mejor de los mundos, con más riqueza que nunca, mayor y mejor esperanza de vida, con más comodidades,… Pero el discurso es siempre catastrofista. ¿Quién puede afirmar que sus padres y antepasados vivieron mejor de lo que viven ahora nuestros hijos?
—Pero hay mucha gente que lo pasa realmente mal...
—Sí. Lamentablemente dentro de esta innegable mejora, hay colectivos que por diferentes razones no gozan de una buena calidad de vida. Es muy fácil hablar de optimismo cuando todo va bien, pero resulta difícil cuando la vida se presenta cuesta arriba. De todos modos, debemos tener en cuenta que es frecuente encontrarse con personas que en igualdad de condiciones y desempeñando el mismo trabajo, no obtienen el mismo nivel de satisfacción.
—Los que siempre son negativos.
—Exacto. Todos conocemos personas que aparentemente lo tienen todo y son infelices y otras, que son felices con casi nada. No siempre somos responsables de lo que nos sucede, pero de lo que si somos responsables es de nuestras respuestas ante los acontecimientos. Hay una frase cargada de sentido del Papa Francisco que dice «nunca se ha visto un féretro seguido de un camión de mudanzas».
—¿Entonces?
—Creo firmemente que la única forma de luchar contra la adversidad es relativizarla, no identificarse con ella, enfocando toda la energía en construir y/o reconstruir el presente. Los fracasos racionales obedecen casi siempre a situaciones provocadas por fracasos emocionales.
—Entonces, en resumen ¿cuáles son los ingredientes para el optimismo?
—Creo que para tener un alto coeficiente de optimismo el secreto está en tener un foco de control interno sobre nuestra forma de pensar y de actuar y no dejarse llevar por focos de control externo que nos releguen solo a la búsqueda de culpables, ya sean los demás o en uno mismo. Hoy sabemos también que una parte de la base de la felicidad es el carácter, que aunque parcialmente sea genético, depende en una gran medida de lo vivido durante los primeros 3 o 4 años de vida. Concretamente, Elisabeth Kubbler Ross nos dice que el optimismo sería la paz interior que se logra con un equilibrio entre 4 cuadrantes: físico, emocional, intelectual y espiritual.
—¿Cuál es el mayor enemigo de la felicidad?
—Creo que nuestro pasado cavernícola nos hace sentir miedo, que es sin duda el mayor causante de la infelicidad.
—Pero hay muchos miedos...
—Claro, el miedo al cambio casi siempre induce a no variar costumbres. El miedo al fracaso, impide que intentemos luchar por alcanzar alguno de nuestros sueños. El miedo por la supervivencia, provoca que tengamos la necesidad de acumular para el futuro. El miedo al rechazo, nos lleva a intentar no defraudar, haciendo lo que puede gustarle a los demás, incluso aunque a nosotros nos desagrade. El miedo limita tremendamente la capacidad de conseguir todo aquello de lo que seríamos capaces. En resumen, millones de años de evolución, nos han conformado una estructura craneal dividida en tres cerebros diferenciados: el reptiliano cuya misión es mantener la vida, el límbico, que rige nuestras emociones y el racional, donde residen los conocimientos. Y por ello, siempre digo que el principal reto para el futuro es llenar de contenido nuestra vida, dotando de sentido nuestra existencia.
—¿Y como se vence el miedo?
—Aunque hay 10 grandes miedos, bajo mi punto de vista, hay 2 especialmente dañinos: el miedo al rechazo y el miedo al fracaso. Ambos se vencen sobre todo queriéndose más uno mismo, con la capacidad de equivocarse y seguir otorgándose confianza.
—Y la última, ¿hay una receta para alcanzar la felicidad? ¿Cuál?
—Personalmente recomiendo cuidar el cuerpo, ponerse en forma, hacer deporte, una alimentación equilibrada, hacer relajación cada día,... En el cuerpo reside nuestra fuerza y nos aporta energía. Además es necesario cuidar las emociones, no vivir aislado, fomentar las buenas relaciones y conservar a los buenos amigos, mimar a la familia y mantenerse cerca de los seres queridos, querernos a nosotros mismos, soñar, hablarnos en positivo, reír,… En definitiva, cuidar «los asuntos del corazón, que a veces la razón no entiende». También recomiendo cuidar el intelecto, es decir, leer, estudiar, ser curioso, no dejar de aprender. Y por último, encontrar un motivo por el que luchar, que nos permita pensar cada mañana « que suerte, un día más para...» y hacer algo por los demás que además de hacernos crecer como personas, resulta muy gratificante. Es decir, nuestro mayor objetivo debe ser vivir , no conformarse con sobrevivir. No se trata de poner años a la vida, sino de poner vida a los años. Por ello, a propósito de esto, una de tantas definiciones sobre la felicidad podría ser aquella de «para ser feliz basta con tener buena salud y mala memoria».