A sus 90 años, Francisca Ribas puede decir que es la última persona viva que se ha dedicado durante más de tres décadas al duro oficio de hacer colchones de lana en Eivissa.
Huérfana desde los 9 años, se quedó viuda cuando estaba embarazada de su tercer hijo y tuvo que ponerse a trabajar en una portería de un edificio de ses Canyes, en Vila. «Lo de los colchones surgió mientras trabajaba en la portería. Allí ganaba poco dinero y tenía que hacer horas extras», explica. La dueña de una de las casas donde limpiaba le pidió en una ocasión que le ayudara a recomponer el colchón de su hija. A partir de ese momento, se corrió la voz y Francisca se convirtió en una popular matalassera que, durante la década de los 60 y 70, recorrió toda la isla haciendo colchones.
Colchones eternos
De Sant Antoni a sa Cala, iba casa por casa esponjando la lana de los viejos colchones para devolverles su aspecto original. En esa época duraban toda la vida, por lo que aproximadamente cada dos años había que repetir la misma operación: descoser sa butana o funda del colchón, sacar la lana de oveja, que con el uso se entumecía y se creaban bolas, y airearla al sol. Con la ayuda de un palo, Francisca volvía a colocar la lana de manera que el colchón recuperara su volumen original, la introducía en la funda y la cosía haciendo la vora inglesa y zurciendo cintas en diferentes puntos del matalàs para que la lana no se moviera.
Esta tarea requería como mínimo entre 4 y 5 horas que hacía mañana y tarde a una media de dos colchones por día en la época en que solía hacerse, normalmente en verano. Francisca recuerda la cantidad de polvo que se tragaba cuando manipulaba la vieja lana y sus manos curtidas muestran el esfuerzo que han hecho durante toda su vida.
A pesar de la dureza del oficio, este trabajo no era suficiente para vivir y tuvo que seguir limpiando casas y oficinas para poder mantener a sus hijos. «Ya me dijo una vez una señora que haciendo matalassos viviría pero no me haría rica», señala Francisca.
Trabajando hasta los 70
Diez años después, consiguió dejar la portería y vivir de lo que sacaba haciendo colchones, limpiando oficinas e incluso haciendo orelletes por encargo. Aún así, estuvo trabajando hasta los 70 y cuando se jubiló todavía había gente que le llamaba para que les hiciera más colchones.
A Francisca le cuesta ahora caminar pero mantiene la cabeza totalmente lúcida y siempre tiene alguna labor entre sus manos. Cuenta Noemí, una de sus nietas que, hasta hace poco, enseñaba a hacer orelletes a todas sus amigas y que, todavía hoy, supervisa la elaboración de algunos platos tradicionales ibicencos como la salsa de Nadal, ya que, como recalca su familia, además de una buena colchonera, Francisca es una extraordinaria cocinera. Lo que sí que hace todavía son zurcidos y arreglos de bajos. «Lo hace tan bien que es difícil saber que una prenda está cosida», asegura su hija Lina.
Esta mujer, que ha sido testigo de la impresionante evolución de la isla en el último siglo, dice que prefiere la vida de ahora a la de antes y que lo único que echa de menos es «la confianza que había porque ahora casi no conoces a nadie». Lo que no le gusta en absoluto es la moda de los pantalones rotos. Mikel, uno de sus dos bisnietos, suele llevar unos y, más de una vez, Francisca ha estado a punto de cosérselos.
Mucha gente pagaría ahora por dormir encima de un colchón natural de lana de oveja, apostilla su nuera. Francisca mantuvo el suyo hasta hace unos años pero ahora ya duerme sobre uno de viscolástica. Ni sus hijos ni sus nietos han aprendido a hacer colchones. De hecho, una de sus nietas es la concejala de Territori de Vila, Elena López. A pesar de ello, a Francisca no le da ninguna pena: «Prefiero que trabajen de lo que trabajan».
Con ella se perderá un oficio antiguo que, en el futuro, solo podremos recordar a través de los libros y en los museos.