Empezó con 15 años y a sus 52 asegura que tiene «la misma ilusión» que cuando comenzó en el mundo del espectáculo. Dice que lo fácil es tirar la toalla, pero que ella prefiere mantener una actitud de honestidad y respeto hacia su trabajo. Silvia Marsó ha centrado en el teatro la labor que ha realizado en los últimos años porque, asegura, es el medio que le ofrece interpretar personajes de gran riqueza. Mañana sábado la veremos a partir de las 21.30 en Can Ventosa con La puerta de al lado. Una obra «inteligente, pero sobre todo una comedia muy divertida», en la que participa como productora y en la que se aborda «la soledad en el individuo cuando la sociedad te impone ser el número uno en tu trabajo».
—En los últimos años ha centrado su labor en el mundo del teatro, ¿cuál es el motivo?
—Porque a partir de los 40 años, en los medios audiovisuales, las mujeres o hacen de madres o de juezas, o... de madres o de juezas (risas). No hay más personajes a partir de los 40. Almodóvar es una excepción, por supuesto hay grandes excepciones, pero muy pocas. En cambio, en el teatro ocurre todo lo contrario ya que encuentras muchos personajes de la dramaturgia universal que están pensados para actrices más maduras como los últimos que estoy interpretando. Es el caso de Yerma, de Lorca o Amanda, del Zoo de Cristal. Son personajes maravillosos y, por eso, me estoy volcando más en el teatro.
También porque me encanta el teatro como medio ya que hay mayor contacto con el público y eso conlleva un componente de riesgo, de autenticidad, del más difícil todavía. Estar representando frente al público personajes de este calibre es como la máxima prueba para un actor.
—¿Existe algún personaje que le haya calado de manera especial?
—Siempre he ido muy despacito, ninguno ha sido la gran hecatombe. Cada vez he intentado aprender de compañeros y directores, cada personaje te enseña y a mí me enseñó mucho Doña Rosita la soltera, mi primer contacto con Lorca, el que me enseño la grandeza del autor y la profundidad de sus textos. O Nora, de la Casa de Muñecas que es el personaje más deseado para cualquier actriz. De momento solo estoy interpretando heroínas (risas). Son personajes muy ricos.
—En breve, la escucharemos cantar de nuevo sobre el escenario en el musical ‘24 horas en la vida de una mujer', ¿qué nos puede contar de su nueva producción?
—Pues que será un papel maravilloso, impresionante y además cantando, como dices, que es mi nuevo proyecto. Hace más de quince años que no participo en un musical y me hace mucha ilusión. Se trata de la primera obra basada en una novela de Stefan Zweig, que ya se hizo en catalán y esta será la primera vez que se haga también en castellano. Además, en el 75 aniversario de su muerte. Será mi primera producción en solitario como La Marsó produce. Un espectáculo que espero poder llevar a Ibiza.
—¿Cómo definiría su evolución como actriz?
—Creo que he trabajado muy despacio, con mucha preparación y distintos profesores porque no me ha gustado centrarme en un estilo de trabajo. Creo que la admiración y el aprendizaje a través de nuestros mayores dignifica nuestra profesión porque la experiencia es lo que hace que un actor sea mayor. Ni la preparación ni las condiciones naturales, la experiencia es lo que mejora a un actor. Cuantos más años pasan mejor actor es uno, es algo inevitable que también ocurre en muchas otras profesiones.
Yo tengo la misma ilusión que cuando empecé; no la he perdido ni un ápice. Tengo una fe, un respeto y una postura tan comprometida con mi profesión, que a pesar de los 37 años que han pasado la sigo manteniendo y eso me congratula. Es muy fácil tirar la toalla, desvanecer las ilusiones cuando ves que todo es tan difícil, que hay tanta incertidumbre, que no llega el reconocimiento cuando toca, que hay tanto paro. Pero he tenido la suerte de mantener ese espíritu. Es una actitud de honestidad y respeto hacia mi profesión.
—¿Cómo ha conseguido mantenerla?
—Yo no estoy aquí para hacerme rica ni para hacerme famosa. Estoy porque tengo una necesidad emocional de comunicar al público las cosas en las que creo. Los personajes de los últimos años que han pasado la criba del tiempo o están ahí porque hay un autor que quiere reflexionar sobre un aspecto de la sociedad y lo hace a través de la obra y yo soy el vehículo para que el mensaje llegue al público y eso me merece mucho respeto. A veces pienso que ser actor es como ser el cura en la iglesia, hay algo místico en la interpretación porque unimos al público con los pensamientos de los grandes dramaturgos del mundo.
—¿Cuál ese ese mensaje en el caso de ‘La puerta de al lado'?
—Es una reflexión sobre al soledad del individuo cuando la sociedad te impone ser el número uno en tu trabajo o la persona más preparada. Habla de la competitividad que nos embarga a todos, sobre todo en las grandes ciudades. Provoca que la gente no tenga relaciones y no se comunique, como es el caso de mi personaje. Una misántropa que se lleva fatal con la gente a pesar de ser una gran psicóloga. Él un vividor, un creativo de márketing, superficial pero vacío. Los dos tienen problemas para comunicarse y son dos vecinos que se odian. En ese odio hay mucho trasfondo. Es una obra muy inteligente, pero sobre todo, una comedia muy divertida.