Sin duda estamos ante una etapa nueva. Acabamos de estrenar año y aunque han pasado ya algunas semanas, recién estamos aterrizando. Las fiestas navideñas nos absorben de una manera casi inexplicable. Un año encontré los primeros adornos navideños en algunas tiendas del barrio de Calacoto en la zona sur de la ciudad de La Paz, cuando apenas había expirado el mes de octubre. Incrédulo, y de vuelta en mi lugar habitual observaba como técnicos municipales colocaban la infraestructura necesaria para el alumbrado navideño. Cierto es que la industria comienza la campaña en estío, incluso antes. Posiblemente no paran. Bueno, esto lo podemos consultar en How do they do it.
Pero sin ir más lejos, la villa de Portmany, retrasaba la retirada del alumbrado de estas fechas hasta el día de su patrón, con lo que se alargaba aún más esta fiesta tan señalada.
Envolver nuestro hábitat con luces, adornos y demás reclamos es ciertamente un arte. Durante mi última estancia en Málaga me sorprendió la multitud que impedía el acceso a la calle Larios. Me explicaron que estaban atentos al encendido de este alumbrado especial, que como pude disfrutar apenas unos instantes posteriores a mi pregunta, convertía esta emblemática peatonal en una nave que invitaba a la contemplación.
Es en ocasiones tal la saturación que más de uno huye literalmente de estas fechas. No es este mi caso. Adoro esta época del año y eso que no soy ni devoto ni massa consumidor. Pero eso sí, me encanta el ambiente, aunque sea principalmente comercial y de alguna manera se olvide el origen de esta celebración. Es más, nos encontramos árboles de navidad en los rincones más inesperados de este mundo tan global. Y no solo eso, me atrevo a decir que un alto porcentaje de adornos navideños son fabricados en un país que contempla ciertamente otras fuentes de inspiración divina. Así se adapta el humano
Como me adapté yo mismo, o más bien encontré gracias a mi procedencia, o mejor dicho gracias al lugar que me brinda albergue, una fórmula diferente para celebrar el adviento. Al principio sustituía el abeto para elaborar la corona que actúa como soporte de las velas, que simbolizan los cuatro domingos anteriores a la noche buena, por sabina. Durante las últimas décadas adapté esta costumbre a una realidad isleña. Esta nueva posibilidad ahora suele englobarse en lo que orgullosamente se llama fusión y automáticamente incrementa su valor, si fuera comercial. Una greixonera que acoge un lecho de sal cristalina de ses salines de Sant Jordi, sobre el cual se posicionan las cuatro velas que iluminan los domingos advientos.
El contraste de los cirios rojos sobre la sal blanca enmarcada por el barro cocido es casi zen. Como zen es el habitáculo que acoge las taquillas del museo Carmen Thyssen de Málaga. El taquillero llamó especialmente mi atención, al lograr su creador, con un ligero desplazamiento y con cierta irregularidad que algunos elementos de este frontal remarquen el espacio, provocando así una tensión no habitual pero agradable. Forma parte de un proceso de repetición que engloba distancia y desplazamiento. Como las características líneas del jardín de inspiración asiática ubicado en el aeropuerto de esta ciudad.
Estas experiencias que acarician sin duda las miradas, comprueban una vez más que el arte nos acompaña siempre, incluso cuando lo único que pretendemos es guardar la mochila para no tener que llevarla en el pecho, como sugieren los cuidadores museísticos, y así evitar golpear, evidentemente sin intención, elementos integrantes de estos espacios expositivos.