Si a Antonio Andrades le hubieran ofrecido hace cinco años, cuando se asentó en Ibiza, el puesto de interino como técnico de rayos en el Hospital de Formentera, seguramente se lo habría pensado mucho más. En aquella época él trabajaba en Can Misses y había cubierto algunas guardias en Formentera. «En aquella época la cosa era distinta», explica, «había menos barcos, eran más lentos y tenían menos frecuencias». Sin embargo hoy ejerce su profesión en Formentera, que compagina con la de podólogo en Ibiza e incluso anima a cualquiera que tenga la oportunidad de trabajar en la menor de las Pitiusas a aventurarse a una experiencia que a él le está dando muchas satisfacciones.
Andrades tiene 30 años. Es de Trebujena, un pueblo de Cádiz a medio camino de Sevilla. Tras el primer curso de estudios de Podología se vino en verano a Ibiza. No de vacaciones, sino a trabajar. Él ya tenía el título de técnico superior en imagen para el diagnóstico y quería ejercer esta profesión en la isla. Sin embargo en esa primera incursión insular no le salió todo el trabajo que necesitaba para mantenerse y decidió continuar con sus estudios.
Durante la carrera mantuvo el vínculo con la isla. Iba y venía hasta que hace cuatro años, ya como podólogo titulado, regresó con idea de quedarse. Estuvo en Can Misses enlazando contratos de un año como técnico de rayos hasta que surgió una oportunidad en Formentera. Salió una plaza de técnico de rayos como interino fijo. «Era una oferta que no podía rechazar. Hoy en día no podía decir que no a un contrato indefinido».
Así que no había más que pensar, consiguió la plaza y en el mes de febrero ya se estaba planteando como tendría que organizar su viaje a Formentera cada tres días para hacer una guardia de 24 horas. Sin embargo, para su sorpresa, el transporte no fue un hándicap como él pensaba. «Cuando me puse a mirar esta opción había muchos más barcos y eran más rápidos, en media hora ya puedes estar atracando en Formentera».
Explica que además en los últimos años las navieras han puesto muchas facilidades y ventajas para aquellos que utilizan los ferris a Formentera de forma regular. En su caso suele hacer el viaje con Balearia, que tiene una tarjeta prepago que agiliza la compra del billete por la mañana. «Simplemente tengo que entregar la tarjeta al subir al barco y ya está. Todo es mucho más sencillo y orientado al trabajador que tiene que ir y volver cada día entre las Pitiusas».
Amanecer sobre el mar
Su travesía empieza temprano y quizá ese es el aspecto que menos gracia le hace. «A nadie le gusta madrugar», asegura. Es por eso que cuando sube al barco muchas veces aprovecha para dormir. Cuando llega muy apurado le da la tarjeta a la persona que atiende a la entrada. Eso sabe que implica que le despertarán a mitad de travesía para devolvérsela. Por eso procura llegar con algo más de tiempo y sacar el billete en la taquilla los días que tiene mucho sueño. «Alguna vez me ha tenido que despertar algún marinero», dice entre risas. Aun así dice que para él coger el barco es cómodo. Se levanta antes de las 7 de la mañana, se lava la cara, coge la mochila y se sube a la moto en dirección al puerto. Como vive en el barrio de Can Misses tarda apenas 5 minutos en llegar.
Los amaneceres son uno de los regalos para la vista que le ofrece el madrugar. «No te das cuenta de que hace tiempo que no ves algo tan bonito hasta que no lo ves de nuevo. El amanecer era algo que había visto alguna noche que había salido con amigos y habíamos alargado hasta la mañana. Cuando llegué los primeros días, para mí fue espectacular: las luces sobre Dalt Vila, los barcos y el mar que a esa hora de la mañana suele estar como un plato».
Disfrutar es Freus
Aunque dice que nunca ha sido propenso a marearse, recuerda como en algunas de sus primeras guardias hizo el viaje con malas condiciones meteorológicas y llegaba a puerto con el estómago revuelto. Ahora ya está algo más acostumbrado y aprovecha el trayecto para ver películas o series en el teléfono móvil o escuchar música.
Dice que el mar se ha convertido en una de sus pasiones. Hace 3 años se sacó el título de patrón de embarcación de recreo. Le atraía mucho, al vivir en un archipiélago con dos islas tan cercanas entre sí, el poder desplazarse con libertad a la isla de al lado. Ibiza le permite «poder disfrutar de un mar Mediterráneo espectacular para la navegación».
Como patrón de embarcación la travesía entre es Freus ya la ha hecho varias veces con amigos. «La verdad que para mí no está pagado. Poder poner 60 o 70 euros por persona, alquilar un barquito de 8 o 9 metros de eslora y llenar una nevera con cervecita, una tortilla de patatas… después llegar allí a los sitios en los que se puede fondear. Es algo que no tiene precio y mis amigos flipan».
La moto y Formentera
En Formentera, a la hora de ir a trabajar él se desplaza en moto. De hecho considera que es el medio de transporte más adecuado para moverse por la isla. Antonio es aficionado al ciclismo y alguna vez también ha ido en bicicleta al trabajo. Pero dice que no es lo mismo «levantarte a las 7 de la mañana y ponerte a dar pedales que levantarte, coger la moto y llegar. La bicicleta por gusto está muy bien pero por trabajo cada día cansa un poco».
El uso de la moto en la isla es precisamente lo que más trabajo le da en el Hospital de Formentera. «Todos los días llega gente que se ha hecho daño yendo en moto. Todos los turistas vienen a coger una moto, pero muchos sin haber conducido una en su vida. Y el asfalto de Fomentera y de Ibiza no favorece que alguien sin experiencia se estrene».
Desde que empieza la temporada turística todos los días hace radiografías de codos, rodillas, piernas, muñecas o pies magullados o rotos. Lesiones que se agravan debido a que los accidentados están de vacaciones de verano. «Las mujeres van en bikini con un camisoncillo, los hombres en bermudas y camiseta manga corta… una caída de una moto con poca ropa...piensa que la carrocería en la moto eres tú», explica. «La isla en verano está llena de momias», ríe.
Un ambiente familiar
De trabajar en Formentera lo que más le gusta es el ambiente en el hospital. «Se trabaja bien, la relación con los compañeros en general es como la de una pequeña familia. No es un hospital grande, todo el mundo se conoce y todo el mundo se trata. Es como en un centro de salud. Eso hace que desde el primer momento en que llegas allí te sientas a gusto».
Aunque Formentera se ha convertido en su centro de trabajo no se plantea ir allí a vivir. Tiene en Ibiza sus grupos de amigos, su pareja, su casa. Además dice que la isla ofrece cosas que echaría de menos en Formentera. Por ejemplo para salir en bicicleta de carretera, algo que hace regularmente. Sus recorridos habituales de unos 70 kilómetros en Formentera supondrían recorrer toda la isla. Ya Ibiza se le queda pequeña a veces.
Además insiste en que tener que coger un barco no es tan pesado como alguna gente piensa. Su madre misma le dijo que estaba loco cuando le habló de su nuevo trabajo. «Yo prefiero coger un barco de 30 minutos que un metro de 30 minutos. Las vistas que te ofrece el barco no tienen nada que ver con una pared negra o un túnel en Madrid o Barcelona. O con coger un autobús y mirar el tráfico».
Es por ello que anima a cualquiera que tenga una oportunidad de trabajo en Formentera a cogerla. Desde su punto de vista «hay que ser valiente y lanzarse a probar nuevos retos».