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Muchos kilos de sandía, melón y arroz para celebrar ‘sa berenada’

La tradicional ‘berenada’ congregó a un buen número de pequeños y mayores en Puig des Molins. | Toni Planells

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Tal y como reza la tradición eivissenca, cientos de personas se congregaron ayer en Puig des Molins para celebrar el día de su patrón, Sant Ciriac, pero sobre todo para disfrutar de sa berenada, como se lleva haciendo desde el siglo pasado en Vila.

Pero las tradiciones van evolucionando. En sus inicios, lo más típico era llevar sandía, melones, tortilla y bocadillos a la playa y compartirlos con familia y amigos. Ahora, y desde hace un par de décadas, se ha incorporado la elaboración de una paella popular, que ha ganado muchos adeptos estos últimos años.

Tradiciones antiguas
Como cada año, sa berenada se inició con un pasacalles que fue desde el Passeig de Vara de Rey y llegó hasta Puig des Molins, trayecto amenizado al ritmo del Patronato de Música.
Una vez arriba y cerca del mar, con sillas que traían de casa o en las piedras, los asistentes fueron cogiendo sitio -buscando la anhelada sombra- para degustar las viandas que llevaban en sus senallons.

María Planells, ibicenca de tota sa vida acudió con su marido Ramón a la playa, como cada año. «Hemos traído un poco de fruta, sobrasada y pan. Estamos esperando a nuestros hijos que vienen con nuestros nietos. Es una tradición en nuestra familia desde que era muy pequeña. Mi padre nos traía hace casi 60 años y nos tirábamos desde Salt de s’Ase y hacíamos guerra de sandías», compartía, a la vez que destacaba que «este año ha venido más gente y parece que la paella es más grande».

En la explanada, se habían preparado actividades para que todos los públicos disfrutaran del día grande. Mientras los mayores esperaban impacientes los más de 60 kilos de paella mixta, los más pequeños se entretuvieron con talleres de falorillos fabricados con melones, ‘piñatas’ con ollas de barro que contenían chucherías mezcladas en harina y tiro con arco, donde muchos se atrevieron a lanzar sus flechas a la diana a cambio de un trozo fresquito de síndria.

Esther Sánchez, catalana afincada en la isla, era amateur en esta celebración. «Mi marido y los niños son ibicencos y hemos querido que ellos vivan lo mismo que cuando su padre creció y ya hace cinco años que venimos. Sus amigos del colegio también vienen y se lo pasan bomba».

En resumen, fue una tarde-noche muy agradable que el calor sofocante no consiguió estropear, aunque lo intentó, pero entre abanicos, botellas de agua helada y cerveza fría, todos los asistentes meredaron como tocaba y cenaron una inmensa paella que más de uno tuvo ganas de repetir.

Los ibicencos acudieron fieles a su tradicional cita, demostrando una vez más que, por mucho que pasen los años, hay tradiciones que no van a desaparecer nunca.

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