Los vedraners han solicitado al Consell d?Eivissa que anar a buscar ses cabres des Vedrà sea declarado Bien de Interés Cultural Inmaterial (BICI). Y la institución que preside Vicent Marí ha empezado la tramitación del expediente que desembocará en la protección de la tradición ancestral al mismo tiempo que reclama al Govern y a los propietarios cintura y diálogo para que la medida sea consensuada, única manera de cerrar de una vez por todas y de forma satisfactoria la controversia.
Las reacciones a la noticia se sucedieron en cascada desde primera hora de la mañana del viernes. Miles de entradas en nuestra página web y decenas de comentarios de ibicencos, así como reacciones de políticos, periodistas, animalistas y ecologistas atestiguan que el debate, lejos de amainar enfurece.
Es Vedrà, imponente icono mágico que emergió de las aguas con fuerza totémica, alberga cabras de forma prácticamente ininterrumpida desde, al menos, 1252, periodo de tiempo que no ha sido suficiente para erradicar la flora endémica del islote, cuya biodiversidad, además, se ha constatado que se recupera de forma satisfactoria coexistiendo con un pequeño rebaño de cabras. Aun así, desde Palma no quieren cabras allí. De hecho, están tan convencidos de que hay que acabar con ellas que la única razón que justifica su presencia es que han sido tan inútiles que no han podido exterminarlas.
No hace falta ser un genio, me perdonen los biólogos, para darse cuenta de que ambos bienes pueden convivir armónicamente, mucho más, si se regula dicha convivencia. Limitar el rebaño y acotar las zonas más sensibles son dos medidas que contribuirían a mejorar los endemismos.
La normativa que prohíbe la actividad ganadera es fruto de una decisión política, tan legítima como la contraria, travestida de argumentos científicos que bien podrían reutilizarse en sentido contrario, si así fuera necesario. Como se ha hecho y se sigue haciendo en tantas ocasiones.
Si el problema es el Plan de Ordenación de Recursos Naturales (PORN), basta con una modificación ad hoc del de Cala d?Hort, como muchas que se hacen diariamente cuando conviene, diciendo que se ha constatado que las plantas endémicas y las cabras pueden vivir en paz, que se quieren y que han firmado unas capitulaciones para dar mayores garantías al matrimonio.
Propiedad privada. En sentido contrario, la propiedad privada es un derecho esencial de los españoles, no como sucede en Cuba por ejemplo, lo que no significa que sea absoluto. En un terreno, por muy privado que sea, uno no puede construir un agroturismo de 500 metros cuadrados, como el que se levantó impunemente en Sant Jordi.
Las tradiciones tampoco otorgan legitimidad per se, porque siempre se ha hecho así. De hecho, todas las tradiciones se van amoldando a las nuevas sensibilidades, algunas veces de forma natural y otras después de superar ciertas controversias. Si no, aún se seguiría tirando una cabra desde lo alto del campanario de Manganeses de la Polvorosa (Zamora).
No veo nada malo en que un grupo de propietarios de un islote que, recordemos, ha sido expropiado de facto por la administración, a través de un expolio administrativo en forma de diversas figuras de protección, y al que no pueden ni acceder, puedan continuar haciendo lo que sus antepasados hicieron durante siglos, sin hacer daño a nadie. Y que sus descendientes tengan la oportunidad de decidir, si lo quieren seguir haciendo o no.
Que a los animalistas y a los ecologistas no les guste esta actividad no es motivo suficiente, ni para aniquilar las cabras a tiros como trató de hacer el Govern, ni tampoco para exigir que se las lleven de allí para siempre.
Las cabras des Vedrà no hacen daño a nadie y que sus legítimos propietarios puedan seguir yendo un par de veces al año a cazar con sus manos un par de ejemplares para comérselos en la correspondiente torrada posterior, una muestra de producto de km.0 ancestral, tampoco.
Las cabras de es Vedrà se merecen un monumento porque, gracias a su capacidad de resistir, incluso a la puntería de francotiradores, y de aferrarse a la vida, han hecho aflorar un debate de mucho mayor calado y que va mucho más allá que las propias cabras, el propio Vedrà o la propia Ibiza: la libertad frente a la imposición de lo políticamente correcto.
Los propietarios han perpetuado la lucha por la libertad con su propuesta de declarar BICI la tradición. El texto, escrito en perfecto ibicenco, esto es, con su correspondiente artículo salado para escarnio del catalanismo, denota que tienen capacidad para, al menos, disentir del orden establecido, que no es poco.
El trasfondo de esta cuestión es la libertad de esos propietarios, sus derechos ancestrales, nuestra forma de vida, la de cada uno, un bien que hoy está en riesgo ante la tiranía del pensamiento único que nos dice machaconamente lo que está bien y lo que está mal, lo que tenemos que pensar y lo que tenemos que vestir.
No quedó nadie. «Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.»
Es un poema escrito por el pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984) en el que alerta de las nefastas consecuencias de la cobardía demostrada por intelectuales alemanes tras el ascenso de los nazis al poder.
Hoy son las cabras. Pero también la vestimenta de las bailarinas que actuaron en Sant Antoni el sábado pasado que no le gusta a la concejal de Igualdad, de Unidas Podemos, del Ayuntamiento de Eivissa, quien ha decido hacer el ridículo proponiendo que sean censuradas porque cosifica a la mujer. Mañana será otra cosa.
Que los vedraners puedan ir a buscar las cabras no es obligatorio que guste a todo el mundo, al igual que la regulación de la eutanasia no significa que todos debamos acabar antes de tiempo con nuestra vida ni la de nuestros familiares, ni que hagamos uso del matrimonio homosexual ni de otros derechos que nos amparan, pero no nos obligan.
Competencias. También subyace en este asunto un conflicto de competencias. El federalismo interior del que tanto le gusta fardar a Francina Armengol, otra chorrada, debería imponer que esta decisión no pueda tomarse de espaldas al Consell d?Eivissa. De hecho, la gestión de los espacios naturales y su regulación debería dejar de estar en manos del Govern y ser transferida a los consells, al igual que casi todo lo demás..
Veremos cómo acaba un conflicto que nunca debió llegar tan lejos y como todos merece que todas las partes se pongan en la piel del otro, cedan y acuerden una solución que respete la libertad individual y no suponga una imposición sobre el otro. Hay margen.