Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide no se puede mejorar. Y lo que no se mejora se degrada siempre», dejó dicho el físico matemático escocés William Thomson. Su máxima se sigue enseñando en las escuelas de negocio de todo el mundo porque tener claros los datos y monitorizarlos de forma permanente es imprescindible para poder acertar el camino a recorrer.
Es obvio que el Gobierno ha estado y, lamentablemente, aún está más preocupado en otras cuestiones tangenciales y de muy discutible utilidad que en disponer de evidencias empíricas de lo que está pasando y sobre las que acertar en un futuro.
Entretenidos con preguntas tendenciosas en el CIS, fake news cuando es el propio Gobierno el principal generador y propagador de bulos, ingreso vital de quita y pon, reuniones y call conferences, nuevos pactos de la Moncloa sin haber dicho cuál es la oferta y qué pretende destila mucha improvisación y muy poca certidumbre.
No sabemos exactamente las personas que han fallecido en España porque se han dejado de contar muchos decesos, especialmente en las residencias de ancianos, tal como han venido denunciado las comunidades autónomas, ante lo que es imposible tener un mapa claro de la afectación de la enfermedad por tramos de edad, ni otro tipo de análisis.
Tampoco sabemos el número de personas que cuentan con anticuerpos, bien porque se han curado solos en sus casas con escasa atención sanitaria, bien porque no lo han desarrollado, porque el Gobierno ha sido incapaz de proveernos de test rápidos con los que poder tomar decisiones fundamentadas, ni tan siquiera en base a un muestreo suficientemente representativo, que es a lo máximo que aspiramos en estos momentos.
Mientras, Alemania anuncia que ya ha controlado la pandemia. La misma. La que en teoría es más letal con el frío.
Ibiza y Formentera pueden abrirse antes. Quizá este vacío explique que aún no sepamos exactamente cómo se hará el desconfinamiento ni cuándo acabará el carrusel de estados de alarma ni la forma que tendrán los siguientes, si los hay a partir del 9 de mayo. Parece –nunca hay que dar nada por seguro con este Gobierno– que el desconfinamiento se hará de forma progresiva. Lógico.
Ayer dijo Pedro Sánchez todo lo contrario de lo que había dicho hasta ahora y abrió la puerta a una desescalada asimétrica, decisión que beneficiará a Ibiza y Formentera, ya que presentamos mejores índices que otros territorios.
Con las fronteras cerradas a cal y canto, la pandemia controlada y el sistema sanitario con excedente de capacidad de atención, gracias a la habilitación de ca na Majora y del hotel medicalizado y la ampliación de camas de UCI, por un lado, y al descenso en el número de hospitalizados, por otro, es razonable plantear que podamos recuperar cierta normalidad antes que el resto. Si se puede definir por normalidad tener el aeropuerto, los puertos, los hoteles, los bares y restaurantes y las discotecas cerradas sine die y salir a la calle con mascarilla y guantes, guardando la distancia de seguridad y sin darnos la mano, ni besos ni abrazos…
Sin turismo hasta final de año. La ministra que nos impartió una clase magistral de los ERTE, la de Trabajo, Yolanda Díaz, vino a decir el viernes en TVE que Ibiza y Formentera no tendrán actividad en 2020 porque no habrá aviones, ni turismo, ni hostelería hasta final de año.
Salvo marcha atrás gracias un imprevisible cambio de escenario, no habrá temporada pues. Ni a mediados de agosto, ni en octubre. «Si no hay vacuna ni medicamento no habrá temporada», dijo Vicent Marí hace algunas semanas anticipando el colapso.
Aun así, los empresarios, hoteleros y agencias de viajes, principalmente, se resisten a dar carpetazo y se agarran a una posibilidad cada vez más remota.
Los huevos y la cesta. En los últimos días se vienen presentando análisis, informes y proyecciones que me dejan atónito, no tanto por lo que dicen, sino por su falta de rigor. Sin saber cuánto va a durar esta crisis, no es posible calcular con un mínimo de precisión los costes económicos y sociales que supondrá. Serán muchos seguro y a mayor duración e intensidad, mayor descalabro.
También empiezan a aparecer voces que ven una oportunidad en la crisis del coronavirus para diversificar la economía de las Pitiusas y reducir el monocultivo turístico. Perplejo.
Cierto que con esta crisis ha aflorado una amenaza latente que todos conocíamos y sobre la que nada se ha hecho hasta ahora porque el modelo, con sus inevitables disfunciones, ha venido funcionando a pleno rendimiento.
Por mucho que lo ensueñe el juez que tenemos por vicepresidente del Govern, un territorio no se industrializa de la noche a la mañana por muy bonito que quede en un artículo, salvo que aún no se haya dado cuenta de que ésta no es una economía dirigida, eufemismo de un sistema comunista en el que la autoridad planifica y hace y deshace a su antojo.
«Los huevos, todos en la misma cesta y te los miras todos los días» es uno de los consejos que Juan Roig, padre del éxito de Mercadona, recita a los emprendedores que cobija en Lanzadera, la incubadora de start up que apadrina en el puerto de Valencia.
Es un debate interesante entre la especialización máxima en aquello que somos muy buenos y difícilmente replicables y repartir la fuerza productiva en diferentes actividades para tener alternativas cuando una, en el caso de Ibiza y Formentera, la única, falle.
Ahora no toca, no obstante, construir castillos en el aire. Hay que ayudar a empresas y familias en dificultades y focalizarse en una línea que no le cuesta dinero a la administración y que tan buenos resultados dio durante el mandato de Bauzá: cambios legislativos, reducción de plazos y de burocracia y flexibilidad normativa para impulsar la inversión privada, tanto empresarial como familiar. Legalizaciones, reformas, ampliaciones y construcción de vivienda a precio tasado son mecanismos que pueden dar resultados a corto plazo.
Toca ser imaginativos para movilizar todos los recursos privados que puedan responder al estímulo de obtener ventajas adicionales gracias a arriesgarse a invertir en un periodo que recomienda prudencia y preservar la tesorería.
El Govern tiene un amplio margen para facilitar a través de cambios normativos que el PTI, los planes urbanísticos y las licencias urbanísticas contribuyan a minimizar la falta de actividad del que en estos momentos es nuestro sector principal: la construcción.
Para ello, hace falta un Govern que gobierne, no solo que reclame a Pedro Sánchez esto y aquello y haga muchas reuniones, algo de lo que, de momento, no tenemos noticias en Baleares. No hay tiempo que perder en un escenario en el que cada segundo cuenta. Tiempo habrá de trabajar para que vengan turistas cuando sepas cuándo puedan venir. Y para soñar con una economía diversificada.