Algunas veces se hace llamar Manuel, otras El Menorquín y, en ocasiones, ha sumado ambos nombres. Como ocurre con los alias que desdibujan a las personas, puede que en el fondo sea realmente Paloma o Rita o que resida en un paraíso fiscal en vez de en la isla vecina, pero me consta que lee esta bitácora porque la comenta a menudo. Lo que no tengo muy claro todavía es si le gusta o no, porque sus opiniones sobre mis artículos son muy dispares. Algunas veces se visten de verde y otras de rojo, y tampoco dilucido si cuando parecen positivas contengan en realidad costuras de sarcasmo. Lo que sí que sé es que a ‘Manuel, el menorquín' nadie le deja con la palabra en la boca. Un día acusó a mi vecino Fer de irresponsable por cocinarnos sus maravillosos bizcochos y otro aseguró que «debo ser las que no recogen las deposiciones de RAE» o de quienes se aprovechan de sus mascotas ahora que se han invertido los papeles y son ellas quienes nos pasean a nosotros y no a la inversa.
No tengo por costumbre responder los comentarios en la web de este periódico, ya que del mismo modo que a mí me dan libertad absoluta para escribirlos, ustedes, los lectores, tienen el mismo derecho a emitir sus juicios de valor hacia ellos. Pero hoy, fíjense, he decidido dedicarle esta página «al menorquín» por varios motivos. El primero por ser un lector (o lectora) tan fiel, y el segundo porque no me gustaría que se quedase con la duda sobre las cuestiones que me plantea y que me lanza al aire.
Cuando se escribe opinión, o lo que sea que estoy haciendo ahora mismo en esta bitácora sin rumbo, capitán ni destino, asumes que a los lectores puede interesarles más o menos, que pueden comulgar con lo que transmites o estar en absoluto desacuerdo. Al final va de eso, de despertar o de compartir algo, aunque algunas veces nos revuelva. Si solo leyésemos a quienes piensan como nosotros la vida sería demasiado lineal y aburrida y, en ocasiones, dejaríamos de aprender o de crecer.
Hay dos libertades en este diálogo que mantenemos: el mío al teclearlo y el suyo al decidir si quiere recibirlo, o si bien pasa de página. Sea como fuere, Manuel, hoy solo quería decirte que no te preocupes, que soy consciente de la suerte que he tenido desde que hace 8 años adopté a RAE, o más bien desde que me adoptó ella (porque en las protectoras te eligen y la aventura de saberlo es maravillosa). Ella es una de las mayores prioridades de mi día a día, aunque ahora salga un poquito menos a la calle por respeto a personas como tú, y sus paseos sean muy cortos. Cuando todo esto pase, porque pasará, no tengas dudas, le dedicaré todo el tiempo que se merece a nuestras carreras cotidianas. De hecho, si me preguntases qué rutina es la primera que deseo retomar, serían precisamente nuestros paseos por la playa ataviadas con buena música y un ritmo rápido (y tranquilo, siempre atada y por zonas permitidas por la ordenanza municipal, que no somos nosotras de las que se saltan las normas). También me gustaría calmar tus dudas y asegurarte que sus cacas jamás han calentado ninguna acera, ni la cálida arena, y que solamente me he aprovechado de ella para cantarle canciones y para comérmela a besos.
Con respecto a mis aficiones culinarias y las de los míos te aseguro que tampoco hacemos daño a nadie con nuestros tupper compartidos a ras de la puerta, como mucho a nuestra báscula, que estos días nos pesa de más, y que tenemos muchísimo respeto a la hora de comprar lo que es preciso para ello. En mi caso, por ejemplo, no he ido ni un solo día al súper, y ya soy una experta en hacer pedidos a domicilio en las tiendas de mi barrio y alrededores, porque ahora es el momento de apoyar a los pequeños empresarios de toda la vida y estar a su lado para que no cierren.
Gracias por leerme y espero que algún día nos crucemos en Menorca, porque allí dicen que los vientos saludan de otra manera y que los caldos de pescado saben distintos. Si no, nos vemos por aquí, Manuel, donde espero que nunca perdamos el Norte. Un abrazo.
Tal para cual. El triunfo de lo inane.