Ya el año había comenzado flojo, con un 20,11 por ciento menos de turistas que en enero 2019 -22.874 turistas en Ibiza y Formentera-. Aunque había remontado parcialmente en febrero -32.065 turistas para un acumulado de 54.939, un 4,32 por ciento menos que el año pasado, todo ello según datos del Institut d'Estatistica de les Illes Balears (Ibestat)-, la llegada del coronavirus lo ha paralizado prácticamente todo.
Ello es así a pesar de que mayo estaba siendo últimamente un buen mes para la isla. Según datos de la Federación Empresarial Hotelera de Ibiza y Formentera (Fehif) en 2019 hubo un aumento de ocupación de casi un punto porcentual -0,9 por ciento, del 73,47 por ciento al 74,10 por ciento en las Pitiusas- respecto a 2018. El incremento se debió fundamentalmente a la isla de Ibiza, cuyo aumento fue del 1,9 por ciento hasta el 76,30 por ciento, ya que en el caso de Formentera descendió un 15 por ciento, para un 48 por ciento de ocupación total.
A pesar de que acaba de comenzar el mes -y, por ende, la temporada-, ya se puede aventurar que ni de lejos se llegará a esas cifras en 2020. No es preciso más que echar un vistazo a las calles del centro de Ibiza en un día como ayer, un festivo, día 1 de mayo, Día del Trabajador. En la calle Vicente Cuervo, por ejemplo, sólo había tres personas a las 9:45 de la mañana. Una de ellas era Linda Bonet, quien había llegado desde San Miguel a hacerle la compra a su madre, de 86 años, que «tiene tanto miedo que no se atreve a salir de casa». Las dos o tres veces que viene a la semana, Lina ni siquiera sube. Se lo da todo en la entrada. En la calle Bartomeu Vicent Ramon no había un alma.
En Vara de Rey, cuatro personas
En Vara de Rey, cuatro personas. Un hombre hablaba por teléfono. También había dos chicas paseando al perro. Una de ellas era la colombiana Jennifer Cortés, desde los ocho años en Ibiza y estudiante de Turismo en la Universidad de les Illes Balears (UIB). Llevaba mascarilla. A las 10:10 había tres personas. Una mujer paseaba con dos perros y la otra era el sacerdote ortodoxo para rumanos de Ibiza y Formentera, quien regresaba de su iglesia -en Dalt Vila- de dar misa a través de su canal de Facebook. Según dijo, había tenido 78 visualizaciones. Mientras tanto, una señora salió de la farmacia.
Diez minutos más tarde, en la Avinguda d'Ignasi Wallis tan sólo se podía ver a otras tres personas, además de dos coches y una moto. Una mujer hablaba por teléfono y otra, colombiana como Cortés, estaba esperando a su pareja para sacar dinero e ir a hacer la compra. Alejandra Zapata -así se llama-, ocho años en Ibiza, tenía ganas de que llegue el lunes para poder empezar en la peluquería. También Eva Vallespín, de Barcelona, aunque vive en Formentera, iba a sacar dinero. Tenía prisa. Desde uno de los balcones cayó un trozo de pan al tiempo que algunas otras personas iban entrando en la calle, entre ellos los filipinos Fernando y Jon Alegre, tío y sobrino que, según comentaron, salían a dar un paseo todas las mañanas «para estirar las piernas.
Al entrar en la calle Madrid, a las 10:36, se contaban cuatro personas. Una mujer compraba en la frutería Es Tap Nou que, como tantos otros comercios, hace entregas a domicilio. Su dueña, Ana Marí, aseguró que «gracias a eso» se habían «defendido». Su idea, según dijo, es seguir haciéndolo. Además, afirmó que aún tenía la esperanza de poder abrir el lunes la terraza del bar que hay pegado. Si finalmente no es posible, lo que harán será preparar comida para llevar.
Al llegar a la plaza sa Graduada, una decena de personas pasaba por allí, entre ellas una madre con su hija en bici y un joven con el perro. No mucho más. Desde el estanco de la calle Obispo Padre Huix, Pemai confirmó que no se veía apenas gente por la calle, salvo «algunas personas con los perritos». Precisamente en ese momento, una mujer llegó a adquirir algún producto, pero no tardó demasiado en regresar a casa.
En Isidor Macabich, se observaba algo más de movimiento, pero tampoco mucho
Ya en Isidor Macabich, se observaba algo más de movimiento. Tampoco mucho. Gente que hablaba de acera a acera: «Por lo menos, salgo y que me dé el aire. Yo me tiro del balcón ya». Más adelante, en la misma calle, algunas otras personas iban caminando. Una mujer con su perro. Un hombre tenía prisa. Otra señora -con mascarilla- pasó de largo. Nadie parecía con muchas ganas de hablar ayer, salvo la gente que se comunicaba entre sí de balcón a balcón.
Junto al Parque de la Paz, el argentino Eliseo Tunión iba a comprar en su día libre en la obra. Eran las 11:05 y cuatro taxis estaban esperando en la parada. Uno de los taxistas se quejó de que «a los políticos ya se les ha olvidado todo», en referencia a las clásicas reclamaciones, como la actualización de la orden de carga y descarga o el GPS único. Dos hombres charlaban junto a la puerta de la enoteca y un señor rumano iba al supermercado.
De camino a la Avinguda d'Espanya, seis personas, un perro y un coche era lo que se avistaba. A las 11:34 no se veía a más de diez personas, entre ellas Antonella García y Leonor Terrasa, quienes iban también a comprar cada una a un supermercado. Mientras tanto, en la calle Pérez Cabrero i Tur, Cristóbal seguía dando de comer a la gente en su local.
No hubo mucho más. De vuelta a Ignasi Walis, se podían contar cinco personas, una de ellas con perro. Algo más había en la calle Bartomeu Roselló, donde una mujer y una niña paseaban. «No soy muy buena para las palabras», dijo la mayor con su acento argentino. Como la temporada, que no tiene muy buena pinta este año.