Miguel López Melero (Castell de Ferro, Granada, 1949) es una de las estrellas del ciclo Parlam d'Educació 2021 que organiza la Associació Professional de Docents d'Eivissa. Este prestigioso catedrático emérito de Didáctica y organización escolar en la Universidad de Málaga, con numerosos premios y publicaciones a lo largo de su carrera, ofrecerá de forma virtual el martes 9 de marzo a las 19.00 horas la conferencia Educación Inclusiva, neoliberalismo y deshumanización de la sociedad . Temas que conoce muy bien puesto que, entre otros cargos, es director del Grupo consolidado de investigación HUM-246 de cultura de la diversidad y escuela de la Junta de Andalucía, presidente de la Asociación Proyecto Roma y director de la cátedra Cultura de la diversidad y justicia social de la Universidad de Málaga.
—Siempre ha defendido la escuela pública como modelo de educación inclusiva. ¿Por qué?
—Porque es un tipo de escuela en el que no hay exclusiones. De hecho, su finalidad principal es que todos sus alumnos y alumnas aprendan a pensar y a convivir, más allá de que se enseñen otras materias. Si conseguimos eso haremos de ellos personas cultas, librepensadoras, dialogantes, cooperativas, solidarias o democráticas. En resumen, estaremos creando personas más justas y autónomas.
—¿Cómo se puede conseguir eso a día de hoy?
—Con un currículum enfocado directamente a ello y combatiendo el neoliberalismo imperante en nuestra sociedad.
—¿Por qué usted siempre critica tanto el neoliberalismo?
—Porque es un sistema que pretende hacernos creer que las desigualdades son algo natural cuando realmente se producen por decisiones políticas discriminatorias.
—¿Por eso es tan negativo?
—Juzguen ustedes. En el pensamiento neoliberal la educación pasa de ser un derecho básico de la ciudadanía a un servicio a la economía. Con ello se pierde el sentido formativo, convirtiéndose en un instrumento gestionado por la Organización para la cooperación y el desarrollo económicos (OCDE) y el Banco Mundial para que los estudiantes tengan un pensamiento homogéneo, perdiéndose por el camino sentimientos y términos como libertad y democracia. Algo que convierte en normal lo inaceptable, generando en su mente trampas o post-verdades.
—¿Cómo propone usted combatirlo desde las escuelas?
—Teniendo en cuenta que la educación es un derecho de todos siempre que sea de calidad y equitativa. Y eso exige que el profesorado garantice a los estudiantes la oportunidad de cubrir las necesidades básicas de aprendizaje, haciendo que convivan juntos todos los niños y las niñas.
—¿Cuáles son las trampas o postverdades del neoliberalismo?
—En el campo de la educación fundamentalmente hacernos creer que cuanto mayor sea la oferta educativa en el mercado mayor libertad tendrán las familias para elegir centro. Para ello introducen la educación privada como una necesidad en la estructura del sistema frente a la escuela pública. Y esto es falso, porque no hay un mercado libre sino solo una oportunidad para quienes tengan más posibilidades económicas y sociales.
—¿Todo esto no genera un individualismo cada vez más feroz?
—Sin duda. Crea un sistema en el que cada persona se las ha de apañar para responder de sus acciones y de su bienestar, convirtiendo la libertad en una propiedad individual e individualista del ser humano, olvidándose de la colectividad.
—Precisamente ésa es una de la grandes polémicas en la educación. El cómo incluir en las aulas a niños y niñas con necesidades especiales...
—Sí. Una de las grandes mentiras del neoliberalismo es subrayar que hay niñas y niños que aprenden y otros que no. Con ello justifican la educación especial y la integración frente a la escuela pública, donde todos están integrados independientemente de sus peculiaridades cognitivas, étnicas, de género, de religión, procedencia o género. Este modelo de la educación especial es el más tradicional y deficitario ya que subraya que se necesitan procesos de enseñanza y aprendizaje diferentes, en centros o aulas específicas y con profesionales especialistas porque el alumnado así lo requiere.
—Ese es el modelo de integración... pero usted habla de confusión con el término inclusión. ¿Por qué?
—Porque la inclusión se da cuando es el profesorado el que se pregunta qué tipo de cambios tiene que hacer, tanto a nivel de aula, currículum o su propia formación para que todos los niños y niñas sean respetados en sus peculiaridades, convivan y aprendan juntos. Esto es muy positivo porque no busca cambiar a las personas si no cambiar los sistemas basándose en el principio de equidad. Hablar de inclusión es hablar de respeto a las diferencias como valor y justicia social.
—¿La diferencia como un valor?
—Sí. Se trata de legitimar a la otra persona en su diferencia como un valor, no como un defecto ni una lacra social. No hay que olvidar que el respeto es la norma de convivencia universal por excelencia.
—En el papel se lee muy bien pero ¿cómo trasladamos eso a la realidad?
—Con modelos educativos equitativos y de calidad que afronten con justicia los desequilibrios existentes en nuestras escuelas. Mientras haya un alumno o una alumna que haya perdido su dignidad y que no sea respetado como es ni conviva en igualdad de condiciones que sus compañeras y compañeros, no habremos alcanzado la educación pública.
—¿Esto lo saben los responsables de las políticas educativas?
—Deberían, porque es imprescindible que junto al profesorado y los investigadores se tenga el compromiso moral de orientar la educación hacia la equidad y la calidad. Y eso solo se logra con aulas convertidas en comunidades de convivencia y aprendizajes.
—¿Ese sería el modelo ideal?
—¿El modelo ideal? No, nada de eso. Es el modelo necesario pero también debe reunir las condiciones para que ninguna persona ni ningún grupo humano se sienta discriminado.
—¿Eso es posible en una sociedad tan compleja como la actual?
—Sí. Todo pasa porque la escuela pública trabaje intensamente para encontrar estrategias que den respuesta a ese modelo. La educación inclusiva no es solamente una cosa didáctica, sino social y ética. Es sencillamente aprender a mirar con una perspectiva de un nosotros común.
—Eso también pasa por cambiar términos como personas con discapacidad?
—Sin duda. Tenemos que dejar de hablar de personas discapacitadas. Son personas con otras capacidades diferentes. Ni mejores o peores que cualquiera de nosotros. Y en eso es fundamental la educación y el papel de la escuela pública, que no olvidemos que es la que emana de los Derechos Humanos desde 1948 y de los Derechos de la Infancia desde 1989.