Nada, o muy poca cosa, anunciaba que ayer era el Domingo de Ramos, inicio oficial de la Semana Santa, en la Catedral de Ibiza. Únicamente las ramas de olivo amontonadas a la entrada del templo, rememorando la entrada de Jesús en Jerusalén, para su posterior bendición; las lecturas de los sacerdotes, centradas en la pasión y muerte de Jesús y el color rojo, sobre todo el color rojo.
Rojo que simboliza en la liturgia la sangre y la fuerza del Espíritu Santo. Rojo que se refiere a la virtud del amor de Dios. Rojo de las fiestas de la Pasión del Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Rojo, ramas de olivo y poco más.
Por no haber, prácticamente ni había feligreses. Un total de 33, como la edad de Cristo al morir, había en la Catedral al inicio de la homilía. Pasados los minutos se sumó alguno más, pero todo muy lejos de auqellos inicios de Semana Santa de bandas de música, procesiones, feligreses y turistas. 33, la mayoría de ellos miembros de la Cofradía del Cristo Yacente.
Oficio desangelado. Al contrario que en otras celebraciones del Domingo de Ramos en la Catedral de Ibiza, ayer las restricciones por la Covid deslucieron un acto que siempre había sido multitudinario y lleno de vida. Fotos: ARGUIÑE ESCANDÓN
La bendición de las palmas, multitudinaria años atrás, fue una sombra de lo que había sido. Todo en el interior, todo en petit comité, todo muy desierto.
Desierto como la plaza de la Catedral antes, durante y después de la misa. Desierto como el camino procesional que solía recorrer años atrás gran parte de Dalt Vila. Desierto salvo por la improvisada procesión de ciclistas, corredores y caminantes que, con ropas deportivas en lugar de túnicas, subían y bajaban a cuentagotas el desierto empredrado que une la Catedral con la ciudad de Ibiza.
Y si en la Catedral el Domingo de Ramos parecía el augurio de lo que días después iba a padecer el hijo de Dios, en la parroquia de Nuestra Señora de Jesús el ambiente era más colorido, más vital, más consonante al momento de euforia de la entrada de Jesús por las puertas de Jerusalén.
«Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles y las tendían en el camino. Y las multitudes que iban delante de él y las que iban detrás aclamaban, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!». De esta manera narra el Evangelio según Mateo la entrada de Jesús en la ciudad. Y más consonante con esta entrada triunfal fue la celebración del Domingo de Ramos en la parroquia de Jesús.
Este año, según explicó el párroco Pedro Miguel, los feligreses no se pudieron reunir en el salón parroquial para confeccionar sus propias palmas como viene siendo tradición. Sin embargo, esto no fue óbice para que lucieran las tradicionales palmas amarillas, este año encargadas a una empresa de Elche. Al contrario que en la Catedral, tanto el interior de la iglesia, con su limitación de aforo, como el exterior rezumaban ambiente y color. Una vez comenzado el servicio religioso, el sacerdote bendijo todas las palmas del interior del templo y tuvo que salir fuera para proceder a hacer lo mismo con todos aquellos que, por culpa de las restricciones de aforo por el coronavirus, no pudieron asistir al oficio.