«Es un sitio turístico, ¿cómo puede ser que no haya taxis?», le preguntaba en francés una chica adolescente a su padre. Bajo un sol de justicia, la respuesta del padre se diluía entre el guirigay de voces. Cientos de personas, quizás miles, salían de los dos cruceros que acababan de atracar en el puerto de Botafoc y recorrían las aceras sin orden ni concierto, en busca de un transporte que les llevase al destino deseado.
Era mediodía y el MSC Seaside y el Vision of the seas, se sumaban al Europa 2, que había llegado sobre las 10:00. La capacidad de los tres superaba las 8.000 personas. Tres hoteles fugaces, 12 horas en el puerto de Ibiza, con miles de visitantes con ganas de conocer la Isla, sobre todo sus playas. Sin embargo, la mayoría veía frustrados sus intereses ante la falta de transporte público adecuado para moverse con libertad, mientras otros se dirigían a los autobuses lanzadera o al transporte contratado para la excursión del día.
Un escenario caótico «por falta de infraestructuras adecuadas para recibir a tanta gente al mismo tiempo». Eran palabras de una trabajadora apenas media hora antes del desembarco. Una previsión que resultó acertada.
La espera
A las 11:30 el crucero Europa 2 ya estaba en el atraque 3 del pantalán sur de Botafoc. Había poco movimiento. Bajo una carpa blanca y azul el Shore Excursion Team, el equipo que gestiona las actividades fuera del crucero, esperaba por si salía algún pasajero rezagado. «Tenemos organizada una ruta en bicicleta por el puerto y la ciudad y un autobús para ir al centro. Hace años teníamos programadas excursiones, pero no funcionaban bien en Ibiza y dejamos de hacerlas», explicaba Atish.
A esa hora estaba todo el pescado vendido en el Europa 2. «Muchos se han quedado en el barco, porque tienen incluida la comida y esperamos que por la tarde vayan a la ciudad», preveía el empleado de Hapag-Lloyd Cruises. Por la noche estaban programadas varias salidas a las discotecas de la isla. El buque zarparía a las 2:00, «así que habrá tiempo para tomar algo y bailar un poco».
A la flota de autobuses, que esperaba a los dos cruceros que ya entraban por la bocana del puerto, se sumaron seis todoterrenos con techo de tela de la empresa Oscar Jeep. Esperaban a una treintena de personas que harían una ruta de cuatro horas y media por el suroeste de la isla.
«Es la mejor forma de conocer Ibiza en el poco tiempo que tienen», según Michele, uno de los conductores. A ritmo tranquilo visitarían sa Caleta, es Vedrá y finalmente acabarían en Platges de Comte para darse un baño.
Unas trabajadoras de la zona conversaban a la espera de los viajeros. «Es indignante. Una familia que quería irse a la playa y no ha habido manera de pedir un taxi. La niña pequeña llorando. Es que he estado por llevarlos con mi coche», comentaba una.
Empezaron a calentarse y a expresar su indignación por tener que dar la cara cada vez que atracan varios cruceros y «la gente se queja porque no hay infraestructuras para ellos».
No hay toldos en las zonas de autobuses. El único toldo que hay, frente a la estación marítima, se llena en un santiamén y mucha gente se tiene que quedar al sol. La línea de autobús regular, recuperada el 1 de agosto, no está señalizada. En la parada de taxis los viajeros ven aparecer vehículos con cuentagotas. El deseo de muchos de ir a la playa o visitar alguno de los pueblos de la isla se ve frustrado ante la falta de un transporte público con buenas frecuencias. No hay baños suficientes.
«Si no hay infraestructuras, ¿por qué se permite que lleguen tres cruceros? Que admitan uno o dos y las escalas se vayan distribuyendo. Así la gente trabajará más días, será más fácil la organización. Y si quieren tres cruceros, primero que hagan infraestructura».
Empiezan a salir los turistas. Los reciben tres activistas de Extintion Rebellion con una pancarta que reza «Stop Cruceros». Informan a los pasajeros del alto impacto ambiental que producen las naves.
El desembarco
Los pasajeros de los dos cruceros salen a la vez. Buena parte de los 7.500 viajeros a bordo empieza a recorrer las aceras.
Ismael y Mónica quieren acabar en la playa de ses Salines. No tienen claro como. «Vamos a intentar coger un taxi», dicen en tono dubitativo. En la parada todavía no hay mucha gente. Tampoco taxis.
Se han preparado bocadillos y no tienen un presupuesto fijado para su jornada ibicenca.
A su lado, Cedric y sus siete amigos sí tienen presupuesto. «Creo que entre 50 y 100 euros nos gastaremos cada uno». Vienen de un pueblo del oeste de Francia, Les Sables-d'Olonne, conocido por su regata de la vuelta al mundo en solitario. Su plan también es ir a la playa. No saben a cual. Al ser tantos ya ven que será complicado coger dos taxis.
En la parada empieza a acumularse la gente, que ya está entre la acera y la carretera. Nadie da la vez, no hay fila y la gente espera con el cuchillo entre los dientes.
Fernando Viejo y su familia preguntan si hay algún autobús de línea para ir a la ciudad. «¿No hay una parada ni nada?», exclama extrañado al ver el autobús señalado. «Cariño, ve a preguntar», le dice a su mujer. Vienen de Toledo y es su primera vez en Ibiza. Quieren acercarse a la ciudad y allí alquilar un coche. «He mirado un poco por internet, algunos pueblecitos del interior y quizás alguna playa», explica mientras mira hacia su mujer, que está preguntando en el autobús la tarifa y les hace señales para que se acerquen.
«Esto es un caos, no está nada bien organizado. No hay nadie que organice la parada de taxis y debían saber que llegaban tres cruceros», se queja Jeannine que ha venido desde Canadá para hacer un crucero por el Mediterráneo. Se dirigen a Talamanca. Allí comerán y se quedarán en la playa. Al saber que están a 15 minutos dudan un poco, pero el intenso sol les persuade. Será mejor esperar, a pesar de todo.
«Han venido tres taxis en media hora», dice mostrando sendos dedos Isabel. Viene desde Madrid con su marido y sus dos hijos, prevén gastarse unos 250 euros en Ibiza. Se abalanzan sobre un taxi que llega. Reina la ley del más rápido. Suben al coche y se van.