Tomás Méndez (Tenerife, 1940) presenta Las dos almas de Ibiza' un recorrido por la historia económica y social de la isla en el que, además, plantea conclusiones y planteamientos de futuro. La presentación tendrá lugar este viernes a las 19.30 horas en la sede de la Pequeña y Mediana Empresa de Ibiza y Formentera (Pimeef), en la avenida de España de Vila.
—En ‘Las dos almas de Ibiza' profundiza en la historia económica y social de la isla.
—Eso es. Vine a Ibiza en los años 70, primero de vacaciones y ya después para quedarme después de 20 años en Madrid ejerciendo como profesor en la Complutense. Ibiza es una isla mágica. Me atrapó y me enamoró y no me arrepiento para nada porque es lo mejor que pude hacer. En el libro expongo la historia de lo que ocurrió en Ibiza desde que vino el turismo en masa, tratando de describir por qué fue así. Durante mucho tiempo, la isla estuvo apartada del mundo hasta que se abrió de una manera increíble. Lo que quiero exponer es que, de las miles de islas que hay en el Mediterráneo, muy pocas aprovecharon esta oportunidad que les pasó por delante. Una de ellas fue Ibiza gracias, precisamente, al espíritu empresarial y al arrojo y capacidad de tantos ibicencos emprendedores a quienes agradezco su labor y a quienes quiero rendir homenaje en este libro.
—¿Cómo plantea al lector toda la información recopilada?
—Estos datos están basados en la historia económica de Ibiza durante distintas etapas. Hablo del pasado, antes del siglo XX, repasando ese dominio fenicio y cartaginés que, de alguna forma, ha dejado muchas señas de identidad. Después, describo otros grandes cambios vividos como la época musulmana. El libro está dividido en cuatro partes. Una, desde la segunda mitad del siglo XX, especialmente desde los años 60 hasta la actualidad. En otros capítulos me refiero a la primera década del siglo XXI y también a la segunda y después planteo una serie de reflexiones de futuro.
—¿Qué conclusiones podríamos destacar pensando en el futuro de Ibiza?
—Por un lado, para mí es fundamental que se conozca todo lo que se ha hecho en esta isla; todo lo que le debemos a las generaciones que desarrollaron una Ibiza que pasó de la pobreza a la riqueza gracias a esa capacidad de preparación para coger la oportunidad que le dio la historia.
—¿Cree que se podría haber hecho mejor ese desarrollo turístico?
—Lo que creo es que la historia del turismo en Ibiza ha sido una historia de éxito. Lo que pasa es que la prosperidad material es muy importante y llevó a una sociedad ancestral a otra moderna y rica. Esa prosperidad nadie la quiere perder, aunque es verdad que no debemos juzgar el pasado desde ahora porque al principio se hizo como se pudo e Ibiza se ha ido adaptando a las circunstancias durante todos los periodos y por ello ha logrado un éxito tremendo en el desarrollo económico y una competitividad turística de primer orden. Hay que reconocer que todo ello también puede generar descontento porque esa prosperidad ha venido acompañada de efectos sociales y medioambientales que causan malestar. Son las dos caras de las dos almas de Ibiza: la parte desarrollista y la proteccionista. Ibiza no es solo una fábrica de producir bienes y servicios y el crecimiento económico, por sí mismo, es sinónimo de bienestar social, aunque hay que lograr que esta sociedad, con intereses tan contrapuestos, lo haga cada vez mejor, consiguiendo un equilibrio.
—Se ha demostrado que no es nada fácil conseguir ese equilibrio.
—Es un arte más que otra cosa. Desde mi punto de vista se tendría que hacer con diálogo. Todo el mundo está interesado en que el futuro sea mejor incluso que el presente y, por tanto, todos deberían estar implicados y poner su granito de arena. Soy partidario de unir fuerzas ante las amenazas que nos han venido como la pandemia. Nos han ayudado mucho los avances científicos y tecnológicos y tenemos muchas cosas positivas para plantear ese futuro. Sí que veo en el aire una especie de inquietud con la idea de que va a venir un cambio profundo que, creo, se huele ya en el ambiente y no solo por la guerra o la pandemia. Hay una inquietud social también por la desigualdad que se va generando. Así, pienso que hay una oportunidad también, sin pensar en el futuro como un sitio lleno de amenazas.
—¿Cómo valora medidas como la regulación de entrada de vehículos?
—La política debe ser ahí un arte porque tenemos muchos elementos contradictorios: una isla pequeña que ya se ha desarrollado bastante y que se quiere conservar y, al mismo tiempo, mejorar el nivel de vida. La isla está bastante protegida, a pesar de todo, y realmente creo que hay que conseguir ese equilibrio del que hablaba. Lograr un crecimiento más inclusivo, sin que aumenten mucho las desigualdades sociales. También, que la política sea un arte y un diálogo para conseguir todo esto. No es fácil y nunca ha sido fácil. Tenemos y aparecerán muchas oportunidades. El futuro no tiene que ser peor. Si lo que queremos es lo mejor para Ibiza, debe haber diálogo e implicar a la población en un turismo sostenible, porque la isla se ha ido adaptando a los gustos de los clientes y eso es una historia de éxito. Ha habido efectos secundarios, pero es posible que ello haya ayudado ahora a tener un crecimiento más sostenible.
—Tras su paso por la política, ¿cómo ve la situación actual?
—Recuerdo aquellos años bonitos porque los oponentes no eran mis enemigos, solo personas a quienes debía convencer de que mis ideas eran mejoras. Debemos ser civilizados y no lo que se ve a veces en lugares como el Parlament, por ejemplo, y tenemos que dar ejemplo a las generaciones que vienen. Lo que echo de menos ahora son más acuerdos, más diálogo. Todos dicen que quieren lo mejor para Ibiza, pues que escuchen y no solo hablen porque siempre se aprende algo del contrario. Todo el pueblo debe estar implicado y para ello hay que abrirse más a la población.También, implicarse más en el sector público para mejorar los temas que le competen.