Tras 24 horas del desalojo de más de un centenar de personas del asentamiento ilegal de Can Rova, una gran parte de sus habitantes continuaban este jueves buscando un lugar en el que, por lo menos, poder pernoctar y guardar sus pertenencias mientras retomaban su actividad laboral tras la intensa y «terrorífica» jornada del miércoles.
Más allá de las 10 personas, entre mujeres y niños, que pernoctaron en el Centro de Acogida Nazaret gracias a la coordinación de Cáritas con el Ayuntamiento de Santa Eulària; los tres hombres adultos que pasaron la noche en el Centro de Baja Exigencia de sa Joveria y las otras 20 personas adultas que durmieron en el polideportivo del CEIP s'Olivera, entre las decenas de personas que se quedaron la noche del miércoles sin un techo bajo el que dormir algunos pudieron disfrutar de la solidaridad de amigos o familiares. Otros trasladaron su residencia a otros asentamientos de la isla.
Albeiro deambulaba durante la mañana de este jueves por las inmediaciones de lo que había sido su ‘barrio' durante los últimos cuatro meses. «Un amigo me ha dejado dormir esta noche en su casa», afirmaba el exvecino de Can Rova mientras reconocía que «me he tenido que marchar a primera hora de la mañana y ahora estoy buscando dónde puedo ducharme y cargar mi teléfono móvil». «A lo mejor tendré que optar por la opción que han tomado algunos compañeros y pedir ayuda a Cáritas o irme al albergue», reconocía Albeiro, quien subrayaba que «con el precio que piden por los alquileres, no podría pagarlos ni siquiera en caso de encontrar alguno, que ya es una tarea casi imposible».
A unos metros, delante de la verja de la finca de Can Rova de la calle Riu Orinoco, un par de chicas subidas a una moto conversaban con un grupo de cuatro hombres fornidos, uno de ellos armado con un palo de golf, al otro lado de la valla. «Nos ocupamos de la seguridad de la finca», aseguraba uno de ellos tras la marcha de la pareja de chicas que pasaron la noche «en casa de una amiga». «Lo único que queríamos era recuperar las cosas que no pudimos sacar ayer, pero no nos dejan de ninguna manera», explicaron las chicas antes de excusarse: «Tenemos que marcharnos a trabajar, que entre lo de ayer [por el desalojo del miércoles] y lo de hoy [tratar de recuperar sus pertenencias] estamos perdiendo muchas horas de trabajo».
Marcelina también vivió durante meses en Can Rova pero, tal como relataba ella misma, «yo preferí marcharme unos días antes del desalojo; no quería que mi hijo viviera la experiencia que vivieron este miércoles nuestros compañeros». Así, la opción de Marcelina fue mudarse al terreno de Can Burgus, al lado de la carretera de Sant Josep.
La misma opción que Marcelina fue la que tomaron Rosana, que está embarazada, y su pareja, Luis, solo que ellos tuvieron que sufrir «el terror» de la jornada de desalojo del miércoles. «Había familias con niños y no pensábamos que nos dejaran a todos en la calle, todos pagamos nuestro alquiler y no pensamos que pudiéramos estar haciendo algo ilegal», explicaba Rosana.
De esta manera, nada más ser desalojados, Rosana y Luis entraron a la nave que hay a pocos metros de Can Rova «para comprar una tienda de campaña donde poder dormir». «Nos habían hablado de este lugar y, como no conocemos otro y no podemos pagar los alquileres que piden en Ibiza, vinimos aquí a instalarnos». Por el momento, las pertenencias de esta pareja se limitan a la ropa que llevan puesta y al techo de lona que supone la tienda de campaña ya que «todas nuestras cosas se quedaron allá adentro y no nos dejan ir a buscarlas, por lo menos, hasta el próximo miércoles». «No puedo ni ir a trabajar con esta única ropa que me quedó», lamentaba Rosana que suplicaba que «por lo menos nos devuelvan la ropa». La pareja asegura que vivió en Can Rova «durante un año en una caravana» y se sienten «engañados», ya que «nos convencieron de que, si nos resistíamos de manera pacífica, no podrían echarnos y mucho menos cuando había tantos menores».
Sin embargo, la pareja sigue manteniendo su inquietud porque «no sé cual es la diferencia entre este lugar y el otro, ni si en cualquier momento vendrá la Policía a echarnos». Rosana, que es paraguaya, teme que «me echen del país, ya que, tras el desalojo, la Policía de Extranjería me tomó los datos y me han citado en Comisaría, supongo que para deportarme».
Julio y Natalia también son pareja, paraguayos y vivían en Can Rova hasta la mañana del desalojo. De la misma manera que Rosana y Luis, lo primero que hicieron tras el desalojo Natalia y Julio fue comprarse una tienda de campaña para plantarla a escasos 100 metros de la de sus compatriotas. Ellos también prefieren que sus rostros no aparezcan en la prensa «porque tenemos miedo de que puedan echarnos de nuestros trabajos».
Compartiendo los mismos temores que Rosana y Luis, Natalia y Julio añaden que «aunque es muy complicado, esperamos encontrar alguna habitación o algo pronto, porque en Can Rova por lo menos teníamos agua y electricidad, cosa que no tenemos aquí». Para solventar los inconvenientes de prescindir de electricidad y agua corriente, estos nuevos vecinos del asentamiento de Can Burgus, se apañan «cargando el teléfono móvil en el trabajo y comprando agua en garrafas para poder asearnos».