Esperanza Díaz, de 79 años, lleva casi medio siglo viviendo en su casa de Cas Mut, en la finca de Can Rumbo, tras casarse con Damián Rumbo. Allí reside junto a su nieto, quien hasta este verano ocupaba uno de los dos apartamentos de la propiedad, acompañándola. Sin embargo, «este verano se fue para ayudar a su madre con el alquiler de su casa», comenta Esperanza. A raíz de su marcha, Esperanza decidió alquilar ambos apartamentos a través de una inmobiliaria.
Las dos pequeñas viviendas que comparte con la casa principal, con zonas comunes, entrada y piscina, no tardaron en ocuparse. En abril llegó una primera pareja que se instaló sin problemas hasta el mes de junio. Fue entonces cuando, tras la separación de la pareja y la consiguiente salida del apartamento, comenzaría el infierno que, según Díaz, ha vivido hasta el pasado jueves.
Primeros conflictos
«Antes de marcharse, el chico me dijo que conocía a otra pareja que podía ocupar su puesto», comenta Esperanza, quien ahora califica esta oferta como «el primer engaño». Cuando los nuevos inquilinos llegaron, solo apareció una joven llamada Nadine, acompañada de un hombre mayor, Nicolás, que decía ser su suegro. La pareja de Nadine, sin embargo, nunca llegó a presentarse. «Los problemas empezaron desde el primer momento», señala la propietaria, recordando que «el primer día, el uno de julio, vinieron con un perro enorme, un rottweiler. Le dije que no podía estar allí, pero lo metió a la fuerza sin miramientos».
Desde entonces, las fiestas nocturnas y el comportamiento invasivo de los nuevos inquilinos comenzaron a afectar seriamente la vida de Esperanza: «una noche sí y otra noche también, a menudo hasta el amanecer», relata.
Tensión y amenazas
El 8 de agosto, Díaz fue a reclamar el alquiler mensual. «Entonces me dijo que ni me iba a pagar ni se iba a marchar». Decidida a poner fin a la situación, Esperanza acudió a la Policía. Sin embargo, los agentes le advirtieron que el proceso podría prolongarse años y que, legalmente, no podían actuar de inmediato.
El perro, llamado ‘Ares’, se convirtió en un problema añadido para Esperanza, quien asegura que «dejaban todos sus excrementos en el jardín. Al quejarme, llegaron a agredir físicamente a mi otra inquilina. Le dieron una verdadera paliza». Las agresiones no se limitaron a la otra inquilina, sino que también la amenazaban a ella misma, usando el perro para intimidarla.
Tensión y miedo
Uno de los episodios más impactantes ocurrió cuando el perro le impidió entrar en su propia casa durante horas. «Estuve en la puerta desde las nueve hasta las once de la noche. Un guardia civil que pasó por la zona me acompañó con otro agente hasta dentro de mi casa», recuerda. En otra ocasión, la pareja de inquilinos abandonó el apartamento temporalmente, dejando a Ares sin atender. Finalmente, Esperanza presentó una denuncia por abandono del animal, aunque la situación continuó empeorando.
En un momento dado, Nadine realquiló el apartamento a otra persona, Nadia, quien se mudó con su hija de dos años. Esto incrementó la preocupación de Esperanza, quien asegura haber llamado a Servicios Sociales al ver cómo la niña permanecía sola en la piscina en varias ocasiones.
Episodio final
El pasado 9 de octubre, según relata Esperanza, sucedió el episodio más aterrador. «Por la noche y sin ninguna causa aparente empezaron a pegar patadas a la puerta, gritando e insultando. Al otro lado estaban ambas, una de ellas con un palo y el perro». Tras esta violenta agresión, la Policía se vio obligada a intervenir y se llevaron a Nadine detenida. «A los cinco días se celebró un juicio rápido, pero ella no se presentó», explica Díaz, quien aún espera la orden de alejamiento que solicitó.
A mediados de octubre, Aitor, responsable de la empresa de mediación AF, intervino para resolver el conflicto y poner fin a la pesadilla que estaba viviendo Esperanza. «Nadia se creía las mentiras que le había contado Nadine, quien aseguraba que la estafadora era yo. Al final, Aitor logró que entendiera la situación real», explica. Con argumentos y, según comenta el mediador, «500 euros que nos pidió para poder acceder», Esperanza finalmente logró recuperar la calma el 24 de octubre, cuando el último de los ocupantes y el perro Ares fueron retirados de la propiedad.
Futuro incierto
«Todo esto me ha costado salud, nervios y tener que ir a urgencias con un ataque de ansiedad», lamenta Esperanza, que sufre una patología cardíaca. A nivel económico, también ha tenido que asumir unos costes de más de 7.000 euros entre abogados y los servicios de la empresa de mediación, además de perder los ingresos del alquiler de la temporada.
Tras esta situación, y viuda desde hace cuatro años, Esperanza ha tomado una decisión que marcará un cambio radical en su vida: «Voy a venderlo todo y marcharme a mi pueblo, en Valle del Jerte, Cáceres. Ibiza ya no es lo que conocí a finales de los años 60».