25.000 euros es la cantidad que un okupa exige en estos momentos a una familia de Barcelona por desalojar la propiedad que tienen en la zona de Santa Eulària. Una finca espectacular con unas vistas únicas y en cuya vivienda no les importó alojar durante unos meses a este joven al que realmente no conocían. La historia comenzó con una supuesta amistad y ha acabado tornándose en una situación de terror.
En el invierno de 2022-2023, el hijo de una de las propietarias de esta vivienda conoció a un joven, veinteañero como él, en un gimnasio de la zona alta de Barcelona. Rápido encontraron puntos en común que les hicieron entablar cierta amistad. Y en sus conversaciones pronto salió que la familia de G. tenía una casa en Ibiza a la que solían venir en el mes de agosto y algunos fines de semana durante el invierno. El hoy okupa le pidió que le permitiera alojarse en la propiedad porque quería venir a la isla a trabajar y a pasar el verano. Y G. accedió, con el compromiso de que el joven pagaría los gastos de luz y agua de esos meses. Nada hacía presagiar entonces que la situación se torcería. Pero, una vez instalado en la casa, las cosas comenzaron a ir mal.
«Al principio no hubo problema», recuerda ahora H., una de las propietarias de la vivienda y madre de G., «incluso, pasamos el mes de agosto y él estaba en su habitación y había buena relación. Pero, cuando acabó el verano, ya dejó de pagar los gastos de agua y luz y ahí empezaron a tensarse las cosas».
Realquiler
Meses después, H. viajó hasta Ibiza para pasar unos días y se encontró con que el joven, además de no pagar, había alquilado espacios a varias caravanas y camiones. «Les estaba cobrando un alquiler a ellos», explica, «y, además, había también un montón de perros, que no sabemos de dónde habían salido, y estaba llenándolo todo de escombros, puertas… Fue cuando descubrí que también había sacado todo los muebles y enseres de la casa y los había dejado al aire libre. Eran muebles de mi abuela, que fue la que vino a Ibiza por primera vez en los años 60. Acababa de quedarse viuda y aquí encontró la paz que necesitaba. Se compró este terreno y levantó ella misma la casa con ayuda de un matrimonio que después se quedaron como masovers. Para nosotros estos muebles, estas cosas, tenían mucho valor sentimental y ahora está todo destrozado por culpa de este chico».
Tras un fuerte enfrentamiento, el okupa accedió a sacar de la finca las caravanas y camiones y H., convencida de que abandonaría la casa, retornó a Barcelona. La sorpresa llegó en agosto cuando, al volver a Ibiza, la familia se encontró con que el joven seguía allí, había ocupado toda la vivienda y solo les permitía entrar en una habitación. «Desde entonces, ha sido todo un despropósito. No podemos entrar en nuestra propia casa porque la tiene él, ha sacado puertas, ha tirado paredes y cuando venimos todo son gritos, insultos y amenazas», relata la propietaria visiblemente nerviosa.
Sin alternativa
H. asegura que la abogada barcelonesa que le lleva el caso le ha dejado claro que no pueden sacar al okupa de la vivienda y que lo único que pueden hacer es «negociar con él para que se vaya». La desesperación le ha hecho contactar con una empresa de desocupaciones que haría el trabajo por «unos 3.000 o 4.000 euros», pero el resto de la familia se opone. Una familia que, además, culpa a H. de lo sucedido. Esta barcelonesa de origen alemán admite que no confía en que el okupa acabe abandonando la propiedad. Menos en un momento en el que acceder a una vivienda en Ibiza se ha convertido en un lujo al alcance de pocos. Y acaba su cita con Periódico de Ibiza y Formentera con una reflexión ya habitual en estos casos: «Yo no me podía imaginar que este chaval fuera a hacer lo que ha hecho. Era amigo de mi hijo. ¿Cómo iba a pensar que iba a ocupar nuestra casa? Pero el resto de la familia me ha machacado estos días por esto y estoy desesperada ahora mismo porque pretenden pagarle para que se vaya cuando nada asegura que realmente se vaya a ir. A mí me ha pedido 25.000 euros para irse y a ellos les ha dicho que con 10.000 le basta. Pero, ¿qué seguridad tenemos de que lo hará? Esto no tiene ni pies ni cabeza. Yo tendría que poder sacar a este chaval de ahí simplemente llamando a la policía pero la policía ya me ha dicho que ellos no pueden hacer nada», según concluye.