Cada 30 de noviembre se celebra el Día Internacional de Lucha contra los Trastornos Alimentarios (TCA), una enfermedad que cambia de un día para otro la vida de las personas y afecta en gran medida a las personas que rodean al paciente que lo sufre. Bartolomé Bonet (Ibiza, 1957), jefe de pediatría del Hospital Can Misses, ha hablado con Periódico de Ibiza y Formentera para poder entender de forma más clara una serie de conductas que, si no se cogen a tiempo, pueden desencadenar en la muerte.
—¿Qué son exactamente los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)?
—Este concepto es muy amplio, puesto que tenemos dos espectros: los que tienen ansiedad y necesitan comer mucho y los que tienen una imagen corporal alterada y no quieren comer nada. Es decir, es un trastorno que puede afectar a tu comportamiento en relación con la alimentación.
—Normalmente se conoce la anorexia y la bulimia, pero ¿cuántos hay?
—Probablemente estos dos son los más clásicos y potencialmente más grave. Cuando se habla de anorexia se habla de alguien que tiene un percepción trastornada de su cuerpo y lo que decide es no comer para adelgazar, a pesar de que estén extremadamente delgados y con un estado de salud bastante precario. Por otra parte, la bulimia es cuando la gente no puede controlar la comida, pero no quiere engordar, por lo que muchas veces comen de manera desaforada y luego hacen algunas maniobras para expulsar lo que han comida: provocarse el vómito o diarrea. Son dos trastornos bastante diferentes en cuanto a las consecuencias y comportamiento de los pacientes.
—¿Y hay alguno más?
—En los niños pequeños, por ejemplo, aunque no sé si podríamos considerar como TCA, se tiene el chantajismo. El niño que no que no quiere comer para llamar la atención y que probablemente sea el más frecuente y abundante en nuestro medio. Aun así, no lo englobaría en los trastornos y la manera más fácil para que termine es ignorarlo, pero suele crear un gran estrés en las familias, sobre todo si los cuidadores son los adultos, ya que esto les lleva al camino de la amargura.
—En casos como la anorexia, no haría falta que llegue al infrapeso para que se considere un paciente de este tipo, ¿verdad?
—No necesariamente. Muchas veces se tiene un paciente con anorexia y cuanto antes se diagnostique e intervenga mejor; no hay necesidad de llegar al infrapeso para que se le ponga la etiqueta. Hay una serie de marcadores que nos dan las pistas. Por ejemplo, en el caso de las niñas es cuando dejan de tener la menstruación. Cuando llega a consulta y lleva unos cuatro o cinco meses sin menstruar, se le toca la piel y esta seca, e incluso a veces tienen un pequeño lanugo (la aparición de vello en lugares poco comunes y el incremento de vello en la barba y el bigote), eso hace que uno se ponga ante una alarma importante porque tienes un paciente con anorexia y que se irá deteriorando si no intervienes.
—¿Cuándo es más frecuente que se desarrollen estos trastornos?
—En niños o niñas por debajo de 12 años es poco frecuente, pero al rededor de la pubertad es cuando me atrevería a decir que empieza a debutar en más niñas, porque es una enfermedad más frecuente en chicas, aunque también afecta a los chicos.
—¿Cuáles son los factores que hacen que se desarrolle este problema?
—Es muy variado. Pueden empezar como una rabieta por estar enfadados y empiezan a dejar de comer por un problema doméstico, pero llega un momento en el que la misma enfermedad te altera tu cerebro, concretamente los centro reguladores de la comida y de la imagen corporal. Aun así, el desencadenante puede ser muy variado porque también se da en casos de bullying, porque te llaman gorda y empiezas a sentirte mal por ello, o quieres hacer un deporte y no puedes por sobrepeso.
—Y ahora con las redes sociales también puede desarrollarse más por compararse con otra persona.
—Es la misma situación que antes. En las redes sociales puedes tener una situación de acoso o querer tener una imagen parecida a alguien que sea tu modelo de imagen. Pero el problema es que muchos de estos niños dejan de comer por cualquier cosa banal, pero llega un momento en que su cerebro cambia la percepción y van a una pendiente que es muy difícil de revertir.
—En cuanto al tratamiento en internet, antes había páginas que daban consejos. ¿Ha mejorado la situación?
—Yo creo que no. Han mejorado nuestros conocimientos y cómo intervenir, pero lo de las páginas sigue siendo un problema porque no se le controla a un adolescente lo que está mirando.
—En cuanto a los indicativos de alarma que una persona ve desde fuera porque alguien cercano lo sufre, ¿cuáles diría que son los que pueden ponernos en alarma?
—Para empezar, cuando se ve que se ha bajado mucho de peso ya se llega tarde. Es más fácil notar un TCA cuando tienes una niña que solía comer de todo y bien, pero de repente ves que no quiere comer o que cuando le pones la comida empieza a sacar un trozo de aquí y otro de allí para ir disimulando que no come, este sería el motivo de alarme. Cuando antes se intervenga mejor porque cuando está en un cuadro de caquexia, de perdida de peso importante, cada vez será más difícil intervenir.
—A la hora de querer hacer entender al posible paciente que tiene este problema y se le quiere llevar al médico, ¿cómo se puede manejar la situación para que no piense que se le está atacando?
—Cuando la familia ve una alarma, normalmente viene el padre o la madre y te cuenta dónde está el problema y, a raíz de ahí, intentas actuar de la manera más sutil posible. Pero es bastante complicado, porque puede ser una alteración mental y no pedir ayuda el paciente. En mi caso, cuando hay una ligera sospecha de TCA lo que hago es que lo ingreso para ver cómo come. Igual lo tienes dos o tres días porque los padres ven que no se alimenta y ves su comportamiento frente la comida. En algunos casos es un comportamiento normal en el que no le gustan ciertas cosas y no pasa nada, pero cuando ves que lo rechazan o empiezan a jugar con la comida ya ves que hay un problema. Por ello, lo mejor es intervenir cuanto antes.
—¿Cómo suele ser el trato con el paciente a la hora de hacerle entender que tiene un problema?
—Creo que hay dos versiones diferentes. Una sobre la actuación de la mente del paciente, que de eso se encarga un psiquiatra o psicólogo que ayudará a cambiar este comportamiento, y otra es el trabajo de endocrino-pediatrico, como es mi caso, que es más sencillo. Es decir, le dices que tiene que comerlo de buena forma y pactada o hacerlo a la fuerza. Lo que no puedo hacer es tener un niño ingresado deteriorándose y no intervenir, y con los anoréxicos nunca hay una manera buena, bonita y barata de intervenir porque son gente extremadamente manipuladora. Las experiencias que he tenido cuando era más joven eran un desastre porque te llevan al huerto; son muy listo y manipuladoras. Cuando desarrollas el cayo hay cosas que no dejas pasar y el paciente también lo percibe y se llegan a enfadar con nosotros. Nunca va a ser una relación amistosa y placentera; con el tiempo mejora, pero llega un momento en el que tienes que decir hasta aquí hemos y llegado y vas a hacer esto a las buenas o a las malas.
—¿Y cómo es la atención una vez dentro? Igual no comen cuando se les sirve el plato.
—Tú le das la comida y es algo que se tiene que comer, e insisto: a las buenas o las malas. Hay casos en los que tienes que ponerle una sonda nasogástrica y la alimentas así porque hay veces que no hay más.
—Una vez ya ha terminado, ¿cuando van al baño hay un acompañamiento?
—Siempre. El paciente no puede entrar solo al lavabo y hay alguien vigilando detrás de la puerta, pero aun así son extraordinariamente hábiles para vomitar sin que tú te enteres. Es una pelea difícil y divertida porque tienes una persona que está delante todo el tiempo queriendo perder peso. Tú le prohíbes el ejercicio, pero aunque la tengas encamada puede estar haciendo abdominales porque está dos horas haciendo una contracción de los músculos y no lo ves. Le puedes prohibir muchas cosas al entrar en el ingreso, pero es una pelea dura.
—¿Cuáles son los casos más graves que puede sufrir un paciente?
—Hemos tenido niños y niñas muy desnutridos. Una de las pacientes que tuvimos era un esqueleto andante. Tenía tal grado de desnutrición que incluso tenía pequeñas hemorragias en la piel. Intentas que nunca lleguen a este extremo, pero cuando pasa es muy duro. Es muy difícil de manejar porque no le puedes dar mucha comida, tienes que ir haciéndolo despacio porque si le das mucha comida porque no puede soportar tanto nivel su cuerpo.
—¿Tiene algún caso que le haya marcado más?
—Aquí en Ibiza no, pero recuerdo cuando estaba en Madrid una anorexica que se parecía mucho a mis hijas y era una situación complicada porque tenía una paciente bastante severa, pero su madre también había acabado igual, por lo que era muy difícil de manejar, ya que su madre en el fondo la apoyaba. Era una forma que consiguieron las dos de estar siempre juntas y romper este vinculo me resultó muy complicado, puesto que se parecía a mis hijas y, por otra parte, cuando le expuse el caso al padre no sabía que hacer y es normal. Pueden ser situaciones socialmente muy complicadas y a mí esta niña me traumatizó porque, además, creo que fui bastante bueno con ella y, desde ahí, creo que no he sido especialmente bondadoso con los anoréxicos porque me llevó al huerto descaradamente.
—Adentrándonos más en las recuperaciones, ¿cómo suele ser este proceso?
—Lento y doloroso. Cualquier pequeña alteración en su vida les puede inducir de nuevo a la recaída. Es un trastorno para mucho tiempo y tienes que estar muy pendiente, y si lo tuviera que comparar con algo sería a una drogadicción porque si vuelve a caer van a ir en picado.
—¿Cómo puede actuar el círculo cercano con el paciente?
—Eso lo saben mejor los psiquiatras, pero en mi caso los veo semanalmente y saben que si pierden peso volverán otra vez y no podrán hacer lo que les gusta. Normalmente son gente muy buena en los estudios y quieren seguir haciéndolo, por lo que si vuelven no pueden hacer eso. Además, también suelen ser gente muy ordenada.
—Por último, ¿los TCA se pueden curar o se aprende a vivir con él?
—Creo que hay pacientes que se curan, pero que otros aprenden a vivir con él y se convierte en un trastorno de por vida. No es una enfermedad agradable ni fácil de manejar.