Maria Àngels Ferrer ha vivido desde sus inicios el Concurso Internacional de Piano de Ibiza que, con el paso del tiempo, ha cobrado una gran importancia internacional. Esta semana, Ferrer participa en la TEF en Bona nit Pitiuses Entrevistes.
—¿De dónde es usted?
—Aquí soy de Can Jaume d´en Sastre, de Sant Carles, aunque yo nací en Mallorca, en la isla vecina. Toda mi familia paterna es ibicenca y tengo, por lo tanto, cuatro apellidos ibicencos.
—¿Qué recuerdos tiene de cuando era pequeña?
—Para mí, el olor de la humedad y el salitre del mar, de la espuma marina. También, el olor del ‘bescuit’ y del ‘flaó’.
—Usted es catedrática de Música y muchas más cosas porque si le decimos el nombre de Jaume Ferrer Marí.
—Es mi padre, aunque ya en Sant Carles le han cambiado el nombre por el de Jaume es de sa música porque, de siempre, cuando era joven, aprendió a tocar el acordeón de oído. Siempre ha sido muy melómano y siempre nos lo ha inculcado. Ya en Mallorca nos inculcó el gusto por la música, por el arte y por ir a conciertos y, de ahí, comenzamos.
—¿Cuándo se dio cuenta de que lo suyo era la música?
—No lo sé. Cuando eres pequeña y te empieza a gustar mucho. De pequeña, cuando tocaba algo, veía que aquello se me daba espontáneamente bien. Ya me apuntaron al conservatorio y comienzas de una manera natural. De mayor, ves después que aquello es tu vocación. Posteriormente, me dediqué a la pedagogía musical. Hice la parte práctica, la carrera de piano y canto, y al mismo tiempo en la universidad la parte teórica, llevándome al camino de la docencia, queriendo explicar por qué necesitamos la música; por qué es importante para el ser humano y por qué necesitamos buscar la belleza en nuestra vida a través del oído en este caso.
—¿Es agradecida la pedagogía musical?
—Sí, puedo decir eso por mi experiencia personal. Llevo 25 años como profesora y creo que es muy agradecido. A veces pensamos que lo sabemos todo y después descubres un mundo de sensaciones, desde lo más básico para un niño como un diapasón, que es para afinar los instrumentos, hasta descubrir una obra o una pieza y por qué algo es bonito y otra cosa no. Hay mucho campo para sorprender y llamar la atención y, sobre todo, en la infancia y adolescencia, cuando se pueden sentar las bases de su futuro.
—Se comenta que la música está arrinconada en la educación.
—Llevo 25 años y ha habido en el país varias leyes educativas que en los últimos tiempos han permitido asentar que, por lo menos, haya educación musical reglada, que antes casi estaba reservada a los conservatorios. Por lo menos, esa cultura general, si alguien la recibe, alguien lo cuenta con pasión y ganas, a lo mejor de mayor quieres más. Nunca vas a pedir algo que no sepas que existe. En ese aspecto, la educación musical general ha mejorado y sirve además para muchas cosas.
—¿Tiene algún autor o compositor favorito?
—Aquí siempre me ha gustado mucho el grupo Uc. Yo escuchaba en casa toda su discografía. Ha sido mi educación en esas canciones folklóricas. En la isla hay muy buenos músicos y probablemente se debe a esa democratización de la educación musical que ha dado esas semillas que salen y florecen y brindan esa riqueza. Mi padre también estuvo implicado en la creación de un festival de música en los 80 y durante el primer año se buscó a todos los artistas que estaban asentados en la isla, creando toda una red aquí.
—¿Cómo era la Mari Àngels adolescente?
—No lo sé, creo que siempre he sido decidida, aunque respetuosa. No he sido de discotecas, sí de playa, de sol y salitre. En ese sentido, ya meterme en un sitio con los decibelios a tope no me gusta.
—¿A quién le gustaría ver o haber visto en concierto?
—He visto cosas en Sant Carles muy buenas. Los primeros años se recurría a los artistas locales y en la playa de Es Figueral vivía un pianista húngaro que en los años 30 fue uno de los premiados en un concurso de Varsovia, el concurso de los concursos. Mi padre y un grupo de vecinos fueron a invitarle para que tocara Chopin, porque era un maestro. Dijo que sí y dio un recital en 1987 y aquello ponía los pelos de punta. Él era especialista en el repertorio romántico de Chopin. Era algo exagerado.
—¿En qué faceta se mueve mejor, la composición o la instrumental?
—He hecho algunas cosas, como el himno de Sant Carles, aunque la letra la puso don Pep Planells. Hicimos una composición conjunta, aunque mi área es más el canto y la interpretación vocal y todo el camino de la pedagogía.
—Habrá gente que se sorprenderá que en Ibiza, conocida por la música electrónica, haya un concurso de piano.
—Esa es la riqueza de Ibiza. Es una encrucijada de culturas y arte y hay cabida para todo.
—¿Su familia se imaginó que el concurso llegara a tener el peso internacional de ahora?
—Uno, cuando empieza algo, puede soñar llegar al máximo. Quisimos sembrar, regar y abonar. Comenzamos en 1987, celebrándolo cada verano, aunque fue creciendo e internacionalizándose y desde 2001 es bienal. Las bases son las mismas, aunque antes había cuatro categorías. Vimos que era poco práctico y ahora hay dos categorías. Los requisitos que deben cumplir los participantes es que interpreten una pieza de Bach, una sonata de libre elección y una obra libre para que se puedan lucir y demostrar su talento. Es un programa de 45 minutos y pedimos una carta de recomendación. Se premia a la persona en Sant Carles, no por su trayectoria.
—No debió ser fácil partir de cero.
—Esto es como vender refrescos en el desierto. Hablamos de los años 80 y, para empezar, no había ni un piano público. Se decidió comprar un piano vertical. De esa miguita, ha salido esta historia.
—¿Cómo se llegó a la princesa Irene de Grecia?
—Es muy curioso porque ha sido un poco el boca a boca. A finales de los 90 vino aquí porque como jurado teníamos a un compositor y director de orquesta griego y, cuando llegó, la isla le recordó mucho a su Grecia natal. Dijo entonces que debía venir su mejor alumna que era Irene de Grecia. Así que mandó un fax a la Casa Real. Poco después, la princesa aceptó ser la presidenta de honor. Vino, los escuchó a todos. Vino a trabajar como un miembro del jurado más. Desde entonces, estuvo vinculada y cada año manda una carta de motivación y de aplauso, aunque en 2023 ya nos dijo que por motivos de salud se retiraba de la presidencia honorífica. De ese piano que se compró, se ha creado una infraestructura que es el pueblo. Con todo este movimiento, en muchas casas payesas, entre olivos y almendros, hay casas con piano. Los pianistas los tenemos distribuidos en las casas payesas para estudiar. Creamos una atmósfera, una sensación de acogida, para que cada uno pueda sacar lo mejor de sí mismo.
—Uno de los premios es publicar un trabajo.
—Desde 2021 hay un premio económico de 5.000 euros y se invita al ganador a dar un concierto en la próxima edición; a ser miembro del jurado y se graba un disco. Es un reto y para esa persona es un trampolín. Además, como premio es muy atractivo. Desde hace unos años, el concurso se ha abierto hacia China, Singapur o Corea del Sur. Han ganado precisamente artistas asiáticos que ahora son estrellas allí, referentes en su país. Este concurso de Ibiza es conocido como uno de los referentes en Europa.
—¿Cuánta gente se presenta en una edición?
—Normalmente hay unas 40 o 50 personas y se les escucha el programa íntegro. Hay que tener tiempo y disponibilidad para oírles. Vienen grandes niveles de excelencia. Si uno quiere ver cómo funcionan las escuelas internacionales, uno puede sentarse y escuchar diferentes maneras de interpretar a los clásicos. Es como una clase magistral y un derroche de talento y energía.
—¿Por qué se celebra durante esas fechas, en verano?
—Desde el principio se hizo así. También, por la cuestión hotelera. Todo se puede hacer porque hay un gran compromiso de las instituciones y empresas.