Dos grupos grandes de personas esperan, pacientemente, a que lleguen las lanchas que habrán de transportarles hasta su respectiva embarcación de mayores dimensiones. El primero de los grupos está compuesto por hombres y mujeres británicos, mientras que el segundo es solo de mujeres, de nacionalidad colombiana. Ambos van cargados de enseres, motivo por el cual se preguntan si habrá espacio suficiente para todo en las lanchas. Precisamente, de manera simultánea a la llegada de las zodiacs, llegan las dos últimas integrantes del grupo de habla inglesa, que descienden por las escaleras de Porroig, con un gran altavoz y cuya llegada es jaleada por el resto de los integrantes del grupo.
Las personas que componen estos dos grupos suponen la casi totalidad de las personas presentes en la bahía de Porroig a media mañana de un día de principios de agosto. Apenas hay un par de bañistas, en una de las esquinas de la playa, situados en la parte más alejada de este trasiego, quizás no por casualidad, sino más bien por comodidad. Y es que durante la temporada estival, Porroig se convierte en una de las zonas más habituales de carga y descarga de pasajeros, en un flujo casi constante. Las lanchas se acercan una y otra vez para recoger gente y llevarla hasta alguno de los incontables barcos que amarran en la bahía.
No solo eso, sino que además de la carga y descarga de pasajeros, también es habitual la de mercancías y víveres hacia estos barcos. Es normal ver cómo en el acceso de la playa aparca una furgoneta de grandes dimensiones de la cual un par de trabajadores comienzan a sacar decenas de botellas de agua, paquetes de comida y cualquier otro tipo de producto para transportarlos a los barcos mediante esas zodiacs.
Convivencia
Unas lanchas cuyo incesante movimiento perturban la tranquilidad de lo que antaño fue una pequeña zona de pescadores, de la que ya solo quedan las casetas varadero como recuerdo. Quien escribe estas líneas es un habitual del lugar, por su indudable belleza, y ha podido comprobar de primera mano que no siempre la convivencia entre los locales y foráneos que acuden a disfrutar de un rato de playa con los usuarios de estas embarcaciones es idílica.
En ocasiones los encontronazos han ocurrido porque las zodiacs han entrado a demasiada velocidad en la zona en la que están los bañistas, provocando la indignación de estos. Hasta el punto que, debido a esta velocidad excesiva justo al lado de una zona en la que estaban niños, desde la playa empezaron a tirar piedras a una de las lanchas. Otras veces porque los usuarios, a la espera de que lleguen sus zodiacs, entran en las casetas varadero como si fueran de acceso público y no privado, con el consecuente enfado de sus dueños.
Medio ambiente
Todo ello marcado por un ajetreo constante de embarcaciones en una playa que, a día de hoy, está perdiendo parte de su vida. No de manera metafórica, sino literal. Y es que según los últimos datos presentados por el GEN-GOB, en colaboración con Xarxa de Posidònia, que datan de marzo de este mismo año, el 40 % de la pradera de posidonia oceánica de la bahía de Porroig está muerta, y buena parte de la culpa la tienen, precisamente, los fondeos, aseguran desde la organización ecologista. Cabe destacar que «un porcentaje de pradera muerta por encima del 20 % ya supone una serie de implicaciones muy negativas para la posidonia», aseguran desde el GEN-GOB.
Fondeos que durante mucho tiempo estuvieron marcados por la acción de Evaristo Soler, popularmente conocido como ‘el pirata’ de Porroig. Detenido justo hace un año por incumplir una orden de alejamiento a esa playa, tal y como informaba en su momento IB3, su historial de enfrentamientos con las autoridades de Sant Josep es incontable, lo que le hicieron ganarse hasta cuatro órdenes de alejamiento.
Sus actuaciones fueron desde hacer negocios ilegales cobrando por el uso de unos ‘muertos’ que él mismo había instalado y «que se situaban en un 78 % sobre la pradera oceánica», según aseguraba un estudio encargado por el Ayuntamiento de Sant Josep en el 2022, hasta amenazar a un bañista al grito de «Maricón de mierda, vete, no quiero maricones aquí, no quiero maricones en mi playa», tal y como el propio Soler Cardona reconoció en la sentencia y que dan buena cuenta de su proceder.
Pese a que este individuo a priori ya no opera en Porroig, el ajetreo y el descontrol sigue marcando una bahía de Porroig mucho más transitada de lo que lo ha sido nunca, utilizado como puerto auxiliar en la costa josepina, entre las críticas de las organizaciones ecologistas y como símbolo de la actual Ibiza frente a lo que antaño fue.
Ayuntamiento
Desde el Ayuntamiento de Sant Josep aseguran que «no podemos actuar en alta mar, ya que no es zona de playa y no tenemos competencias allí. Nuestra competencia llega hasta el límite del balizamiento, pero instalamos cuatro boyas para evitar que entrasen embarcaciones grandes. A partir del balizamiento, la responsabilidad es de Salvamento Marítimo de la Guardia Civil. Aun así, intentamos trabajar coordinadamente con Policía Local y socorristas».
En el último pleno, celebrado hace apenas unos días, se aprobó una moción sobre el campo de boyas de amarres. Esta moción encontró el consenso entre grupos tan dispares como Vox o Unidas Podemos, y solo contó con el voto en contra del equipo de gobierno, del Partido Popular. Este campo de boyas aseguran desde el consistorio «se implementará próximamente».
Los picoletos no dan a basto. No hay personal suficiente para controlar. También están de vacaciones. Y para dos meses no merece la pena contratar a nadie mas. A si que la administracion dice ¡ajo y agua!