En Ibiza la paciencia de los ciudadanos y la sensatez se agotan mucho antes de que el verano termine y cierren hoteles y discotecas. No hay día que los medios de comunicación no se hagan eco de una gamberrada perpetrada por un turista gracioso, que parece pugnar en un peculiar campeonato de idioteces en público.
La última hazaña la protagonizó el huésped de un hotel que decidió vaciar un extintor desde el balcón de su habitación. Igual creyó que estaba grabando una película de acción o un videoclip veraniego, quién sabe. Pero el resultado de su broma fue la expulsión inmediata del establecimiento. Su hazaña quedó inmortalizada en las redes sociales, para que pueda presumir de ella ante sus amigos.
Cada verano en Ibiza, todo lo que suba, caiga o haga ruido desde un balcón tiene potencial de portada. Y como no hay consecuencias reales en forma de multa o una noche de calabozo, estos «graciosos» saben que pueden repetir sus tropelías sin riesgo. Pronto habrá imitadores, como suele suceder.
Así, la isla se ha convertido en un laboratorio social para testar hasta dónde llega la impunidad de la tontería humana. Que un adulto vacíe un extintor desde un quinto piso y sea invitado a abandonar el hotel, aunque se hospedará en cualquier otro, es un ejemplo perfecto de la filosofía ibicenca: ríete de todo, pero paga poco o nada.
Incluso desde Argelia llegan tres menores que deciden que robar una lancha y cruzar el Mediterráneo, en plan broma. Por supuesto, grabando vídeos con sus móviles que inmediatamente subieron a las redes sociales. Se pusieron en peligro de muerte, pero fue divertido. ¿Verdad? Otros tres menores migrantes no acompañados que el Consell d’Eivissa se verá en la obligación legal de tutelar hasta que sean mayores de edad, si no los vienen a recoger sus padres. La embajada de Argelia, por supuesto, no lo hará.
Todos estos episodios y otros peores quedan impunes. La autoridad competente se da por enterada y fin de la historia. Ni sanciones ejemplares, ni educación cívica, ni un mínimo correctivo. Solo anécdotas. Y así, el ciclo se perpetúa: cada verano, nuevas gamberradas, nuevos extintores, nuevas embarcaciones robadas, y siempre la misma reacción: aquí no ha pasado nada.
Ibiza se ha convertido en el parque temático de la imprudencia. La tontería extrema es celebrada y los responsables de esa locura veraniega se van de rositas. Los turistas, los vecinos y hasta los medios nos quedamos contemplando el espectáculo con mezcla de incredulidad y resignación. Y mientras tanto, los graciosos siguen llenando las calles, los balcones y el mar con sus hazañas dignas de portada, sabiendo que su única penalización será una expulsión temporal del hotel, en el peor de los casos.
Ibiza no castiga la idiotez. La promueve. Y, sobre todo, la reproduce cada verano con una puntualidad de reloj suizo. Aquí, el humor absurdo es ley y la responsabilidad, una quimera. Bienvenidos a la isla de los graciosos, donde todo es un chiste… menos el fastidio y la vergüenza que sentimos los ciudadanos.