La iglesia de Jesús amaneció el día de Tots Sants con un ambiente tranquilo, de esos que mezclan respeto y costumbre. Desde media mañana se oían las castanyoles y los tambores que anunciaban la entrada de la Colla de l’Horta al templo. Era el inicio de la misa del 1 de noviembre, un acto que este año coincidía con el 47 aniversario del grupo.
Dentro, los bancos estaban casi llenos, aunque el ambiente era más sereno que en otras celebraciones. La gente vestía sencillo, sin grandes galas ni adornos. Era una misa de recuerdo, de pensar en los que ya no están pero siguen presentes en las conversaciones y las memorias. Entre los asistentes, un grupo de niños vestidos de futbolistas miraban curiosos sin entender del todo por qué ese día se iba a misa. Más adelante, sus abuelos escuchaban atentos al párroco, que habló de humildad y coherencia. También mencionó el sufrimiento en otros lugares del mundo y pidió que no se olvidara que la fe debía ir acompañada de empatía y agradecimiento.
En la puerta, al finalizar la misa, la colla comenzaba el ball pagès. El sonido de los tambores volvió a llenar la plaza, y poco a poco se fue formando el corro de vecinos. Las faldas bordadas, los pañuelos y las joyas tradicionales dieron color a una mañana en la que, más que espectáculo, lo que se respiraba era orgullo.
Vicent Escandell, presidente de la Colla de l’Horta, observaba con calma mientras los más pequeños se preparaban para bailar por primera vez. Contaba que este día tiene un significado especial para ellos, porque además de honrar a los difuntos celebran su propia historia. «Cada año celebramos lo que nosotros llamamos el Halloween Pagès. Vamos a misa, como se hacía tradicionalmente, y después comemos frita de porc, que era lo típico de este día. También panellets y bunyols. Es una manera de recuperar lo que se está perdiendo», explicaba.
Este año, unos cuarenta miembros participaron en el baile, aunque no todos los que conforman la colla pudieron estar. «Hoy hay mucha gente que se viste solo este día, aunque forme parte de la colla. Para nosotros es como una fiesta de familia», decía Escandell.
Entre los bailarines, los más pequeños eran los que más llamaban la atención. Algunos debutaban y se notaban los nervios en los primeros pasos, aunque pronto se dejaban llevar por la música. «Tenemos ensayos para ellos, les enseñamos a bailar y también a tocar las castañuelas», contaba el presidente. «Hacemos cursos de artesanía para que aprendan a hacer sus propias castañuelas, igual que se hacía antes», añadía.
Para Escandell, mantener viva la colla no es solo cuestión de tradición, sino también de valores. «Esto enseña a respetar lo nuestro, a conocer la cultura y entender de dónde venimos. Son valores positivos, y a los jóvenes les ayuda a sentirse parte del lugar en el que viven», añadía.
Poco a poco, la plaza fue quedando vacía. Los trajes guardados, las flores colocadas y las conversaciones bajando de tono. La colla cerró la celebración con el mismo ritmo con el que la empezó, sabiendo que detrás de cada paso hay casi medio siglo de historia compartida.