Lucía (nombre ficticio) es un mujer residente en Ibiza que, durante varios años, vivió atrapada en una relación de manipulación psicológica, amenazas y uso de humillación por parte de su expareja. Un maltrato emocional que carecía de golpes, pero se filtraba sin ruido hasta anularlo todo: amistades, familia, trabajo y hasta la propia personalidad. «Perder la identidad por querer satisfacer a tu pareja es un signo de alarma muy grave», destacó esta valiente mujer a Periódico de Ibiza y Formentera.
«Si vieras esos comportamientos en una amiga, le dirías que tuviera cuidado».
Lucía quiso, ante todo, trasladar un mensaje de apoyo a todas las víctimas de violencia de género: «Es esencial no aislarse y pedir ayuda». A pesar del dolor, esta vecina de Ibiza quiere que su experiencia sirva para otras mujeres y resalta la importancia de no ignorar los signos de alarma: «Si vieras esos comportamientos en una amiga, le dirías que tuviera cuidado. No justifiques lo injustificable. Nadie tiene derecho a insultarte, humillarte o manipularte».
Su testimonio pone el foco en la importancia del entorno, en el papel de la Oficina de la Dona de Ibiza y en las carencias del sistema judicial en materia de violencia machista. Hoy, Lucía, vive en un piso puente de la Oficina de la Dona, donde reconstruye, paso a paso, la mujer que fue. Este espacio es un recurso habitacional intermedio orientado a mujeres que ya no necesitan vigilancia constante pero aún no están preparadas para vivir de manera independiente.
Apoyo
Además, según comparte, continúa su terapia psicológica. «La Oficina de la Dona es una maravilla. Está muy bien organizada y tiene profesionales muy especializados. Es un apoyo enorme para mujeres vulnerables», afirma, resaltando como su psicóloga le ayudó a comprender que ni la culpa ni la vergüenza tienen cabida en un proceso así.
«La primera sensación es de vergüenza por haber aguantado tanto».
«La primera sensación es de vergüenza por haber aguantado tanto, pero no te puedes culpabilizar por haber sido manipulada», destaca, mientras comparte su lucha y superación para salir de la violencia de género. Su historia, explica, es la de muchas otras: una relación que empieza con intensidad y halagos, continúa con pequeñas señales que parecen inofensivas y termina en un laberinto de miedo, dependencia y desgaste emocional que «desfigura la percepción de la realidad».
Una parte fundamental de su recuperación ha sido tomar conciencia del aislamiento extremo al que llegó. Al respecto, destaca que dejó de trabajar, perdió amistades, cortó la comunicación con su familia y vivía en un estado permanente de alerta para evitar provocar enfados. «Intentas evitar todo lo que desencadena problemas. Es paulatino. No te das cuenta. Llega un momento en que no haces nada y no decides nada», describe. Este aislamiento fue acompañado, señala, de maltrato económico. Su marido no trabajaba y ella asumió todas las cargas, llegando a endeudarse para sostener la convivencia. «Él dependía de mí y yo me metí en un bucle de créditos. Ningún trabajo le parecía suficiente», indica, lamentando que «estaba muerta en vida». Durante años sufrió insomnio severo, ataques de ansiedad y diversos síntomas físicos que, según explica, desaparecieron al separarse. «Era como estar en una secta», agrega.
En este sentido, destaca que lleva más de un año inmersa en un proceso judicial y de recuperación personal tras denunciar a su marido por malos tratos psicológicos y un episodio de agresión física, que desencadenó su fortaleza para salir del maltrato.
Denuncia
Su salida comienza a finales del verano de 2024, cuando un episodio concreto la llevó a pedir ayuda. Había contactado con la Oficina de la Dona para solicitar atención psicológica, pero no contemplaba denunciar. Sin embargo, un nuevo encuentro con su marido, terminó por hacerle ver el riesgo real en el que se encontraba.
«Mi abogado me dijo que tuviera mucho cuidado, que la situación era como para avisar a la policía».
«Mi abogado me dijo que tuviera mucho cuidado, que la situación era como para avisar a la policía. Yo no quería denunciar. Tenía mucho miedo», explica. Según relata, cuando acudió a la Guardia Civil pensaba que podrían «protegerla ese día» y poco más. No imaginaba que aquello desencadenaría la detención inmediata de su marido. «Les rogué que se olvidaran de que había ido, que no quería que lo detuvieran porque tenía miedo de las consecuencias», dice. Sin embargo, los agentes le explicaron que, una vez iniciadas las diligencias, el proceso era «de oficio y sin vuelta atrás».
Lucía pasó las primeras noches refugiada en casa de unos amigos. La Guardia Civil mantuvo contacto constante con ella y fue el propio cuerpo quien contactó con los recursos de emergencia de la Oficina de la Dona para valorar su ingreso. Ese mismo día recibió una llamada para una primera valoración telefónica y, a las pocas horas, fue trasladada a un recurso de acogida de urgencia. Permaneció varios meses en el recurso de urgencia, un espacio donde las mujeres suelen convivir con profesionales disponibles las 24 horas.
Allí sintió, por primera vez en años, un entorno de apoyo estable. «No quería estar sola. Tenía ataques de ansiedad muy fuertes y siempre había alguien con quien hablar», cuenta. El equipo multidisciplinar – auxiliares, trabajadoras sociales, psicólogas – fue clave en su proceso inicial. «Creía que me recuperaría en tres meses, pero no. Las consecuencias son físicas y mentales. El proceso es lento», admite. Aún trabaja en reconstruir sus relaciones sociales: «Todavía siento aislamiento. Recuperar la identidad es lo más importante».
Si bien su valoración de los servicios policiales y de la Oficina de la Dona es muy positiva, su percepción del sistema judicial es crítica. La ausencia de una orden de alejamiento es, para ella, incomprensible: «Ni siquiera me la dieron. Estoy muy enfadada con el sistema de protección. Es débil. Por eso muchas mujeres tienen miedo de denunciar».
Tras un juicio rápido que califica de nefasto – «yo estaba en shock y no tenía pruebas de la agresión física» – , ahora espera el juicio penal, que podría tardar más de un año. Este calendario judicial es, para ella, una fuente de angustia: «Es costoso emocionalmente. Ahora que estoy mejor, volver a revivirlo todo me da miedo». A día de hoy, continúa su proceso de recuperación en un recurso de acogida.
Confía en que, dentro de unos meses, pueda empezar una vida independiente y con una identidad reconstruida. «Quiero vivir mi vida y dejar todo esto atrás», concluye esta mujer a través de este duro y valiente relato con el que busca romper el silencio de las mujeres víctimas de violencia de género.