Pasajeros y tripulantes nunca pensaron vivistar Eivissa
Los 162 alemanes que viajaban en el «Vistamar» fueron alojados en el hotel Royal Playa de Talamanca y entre ayer y hoy serán todos repatriados
JOSE MARIA ALONSO
Los 162 alemanes que viajaban ayer en el «Vistamar», casi todos jubilados, no pensaban visitar Eivissa, pero acabaron alojados en hoteles de Talamanca, principalmente en el Playa Real.
«Es la primera vez que estoy en Eivissa», se ríe W. Korfer, «y bueno... ¡Me gusta esta isla!». Han pasado los nervios, porque unas horas antes nadie se reía en el «Vistamar». Al amanecer, este barco de crucero chocó contra una roca o una boya en d'es Baix des Penjats, en el estrecho de es Freus, sacó de la cama al capitán marítimo de las Pitiüses, Jesús Valera, y puso los pelos de punta a estos ociosos alemanes. Valera tomó la decisión de enviar el barco al dique de Botafoc y empezó el goteo de pasajeros. Luego, fue el turno de la tripulación, 120 trabajadores de cerca de 20 países.
«Todos estamos bien», dice W. Korfer, «aunque con los nervios yo me he dado un buen golpe en la rodilla». El recibidor del hotel Playa Real está a rebosar. Los alemanes se organizan muy bien para regresar a su tierra.
«Yo no quiero hablar con nadie, estoy muy cansada, ¡déjeme sola!», dice una pobre chica, la única persona que parece tener menos de 60 años en este hotel. «Estamos muy cansados», le disculpa una compañera jubilada, «este día ha sido muy estresante».
La mayor parte de los alemanes regresaron anoche a su tierra natal, sin conocer la Costa del Sol. El «Vistamar» partió ayer a medianoche desde Palama en dirección a Málaga, pero acabaron en Eivissa. «No, no le voy a coger manía a Eivissa», comenta divertida Heike, una risueña teutona ya muy vivida, «pero puedo prometer que nunca olvidaré este día en la isla. ¿Esta es la isla de la diversión, no? ¡Qué pena que nos tengamos que ir!».
Lo cieto es que ayer no se divirtieron casi nada. Martin, ex empresario, jubilado y malencarado, piensa en la indemnización: «La compañía responderá por estas vacaciones».
Los tripulantes son de otra madera. Están acostumbrados a estas cosas. «Yo he zozobrado en Alaska y en la Antártida, así que esto me parece que no es para tanto», se explica Diego con su acento hondureño.
Ahora hay que repatriarlos a todos los extranjeros de la tripulación. Los jefes son españoles, pero hay latinoamericanos, filipinos, rumanos, búlgaros, croatas, ingleses, irlandeses.
Una joven europea muy sonrosada por el sol mediterráneo llora amargamente en el dique de Botafoc. Trabaja en el restaurante del «Vistamar».
Su amiga le abraza y le explica que ya ha pasado todo. Un centroamericano experimentado en huracanes, terremotos, deslaves de tierra y matanzas de paramilitares le mira con pena y se pregunta en voz alta: «Ustedes los europeos se asustan por nada.
Lo mejor es que sigan dedicándose a salvar ballenas», dice con sorna y con cuidado de que no le oiga alguno de sus jefes españoles.
El llanto no está justificado. No ha pasado nada. A las 11.00 horas de la mañana el barco parece que se quiere hundir pero que el dique de Botafoc no le deja. Por la tarde, ya está casi vertical.