Uno la perdió y al otro se la arrancaron, pero a los dos se les fue la cabeza. Mientras el muerto se desperezaba de su sueño eterno recientemente profanado, el ladrón burlaba el precinto de los arqueólogos. Tanto tiempo sin cambiar de postura y que te interrumpa el descanso el cepillo suave de un arqueólogo no es el peor despertar, pero que te arranquen la cabeza, la guarden en una caja y se la lleven lejos del tronco es para enfadarse un poco. La maldición de la calavera robada caería sobre el profanador.
«Sorry, me siento mal porque se me fue la cabeza. No me lo tomen en cuenta, por favor. No se preocupen: le lavé los dientes». Una siesta de quince siglos, año arriba año abajo, es algo muy serio y ensucia la boca de cualquiera. Nadie sabe lo que pasó por la cabeza del expoliador cuando, tres semanas después de robar la calavera, decidió devolverla en una caja con un mensaje de arrepentimiento.
Los arqueólogos Glenda Graziani y Marco Aurelio Esquembre estaban trabajando en el yacimiento de la calle Joan Planells de Eivissa. Excavaban en una necrópolis cristiana de los siglos V-VI hasta que las lluvias de octubre les obligaron a continuar el trabajo en sus despachos y el yacimiento quedó sin vigilancia. El profanador entró el recinto y se encontró con el esqueleto completo. La calavera estaba en buen estado, hasta tiene la mandíbula inferior y todos los dientes que le quedaban cuando murió su dueño.