Por espacio de hora y media hemos recorrido la denominada 'zona cero' de Banda Aceh. Está en un área comprendida entre la playa y unos tres kilómetros de la ciudad, en línea recta. Es impresionante. Aquí la gran ola se lo llevó casi todo. Tan sólo han quedado en pie unos pocos edificios, los cocoteros y las mezquitas. De ahí que muchos crean que el 'tsunami' ha sido un designio de Alá, que se ha llevado con él a sus seres queridos premiándolos con el cielo, ha castigado a los extranjeros que se mostraban desnudos en las playas y ha hecho que la fe prevalezca dejando en pie las mezquitas. Eso, ya digo, es lo que piensan muchos, sobre todo los más radicales.
En algunas calles situadas a dos kilómetros del mar han ido a parar enormes barcos, uno de ellos frente al prestigioso hotel Maden, casi en el centro de la urbe. Otros se amontonan junto al primer puente. En esta área de Banda Aceh, habitada por gente obrera y sobre todo pescadores, reina la desolación. Apenas se ve a nadie en sus calles, tal vez porque casi todos los que vivían allí han muerto y muchos siguen bajo las montañas de escombros. En una estrecha calle, un camión cargado con bolsas azules conteniendo cadáveres recien sacados del barro, interrumpe nuestro paso. Las mascarillas que nos han dado los bomberos no impiden que llegue el fétido olor que desprenden los muertos. Dos militares -los hay por todas partes- le indican a Shamir, el chófer que me hace de guía, cómo debe maniobrar para poder pasar. Lo logra y seguimos nuestro camino, en el que nos encontramos con más de lo mismo: ruinas, barcos, casas por los suelos, desolación, desesperanza y más cadáveres en bolsas azules, verdes o negras esperando a que pase el camión para recogerlas. Aquí hay poca vida, sólo quedan cuerpos sepultados o metidos en los sacos, ante la indiferencia de sus antiguos vecinos, que remueven los escombros de lo que fueron sus casas, por si pueden encontrar algo. ¿Cuántos muertos habrá en esta zona?, seguro que miles, un centenar largo de miles. Lo curioso es que hasta ayer se veía a muy poca gente desescombrando, y me pareció que la maquinaria pesada era también muy poca.