Impacta que un suceso así pueda ser atribuido a una persona. Tales son los daños en un entorno muy apreciado, tal el peligro para las personas y sus propiedades, tal el coste de lo que se tiene que poner en marcha que parece que sea necesaria una causa accidental para sobrellevar la situación. Es una cuestión de paz interior para una isla que ha sufrido, con este, tres veranos seguidos ya el azote del fuego en el bosque, que se tenía que haber si no erradicado si acotado su peligro con un plan cuidadoso de mantenimiento de las áreas y una previsualización de siniestros de este tipo. Da la impresión de que se dejó pasar la era de la bonanza económica, aquella de cuando nos creímos ricos, con proyectos probablemente menos necesarios que el de prepararse para evitar una catástrofe anunciada con caminos adecuados y masas forestales limpias y bien parceladas. Esa idea corre desde el miércoles por la cabeza de la gente de Sant Joan (y del resto de la isla, claro), que hoy ve más claro que aquello estaba irremediablemente condenado a suceder. Esta semana o cualquier otra porque su estado era el que era.
La llegada de repente de una ministra, sin embargo, no parecer ser nunca presagio de nada bueno. Y menos si es de Defensa. Vale que no está de más que el Gobierno socialista esté ahora mucho más sensible y se interese de cerca por lo que sucede en el día a día, pero es que la progresión de las llamas daba ayer mucho miedo y el gesto del Ejecutivo nacional se hacía imprescindible, lo que no quita para que se agradezca. Si llega a ser hace una semana, en pleno fragor electoral, la lectura de su presencia hubiera sido bien distinta. Cosas de la política que en ese asunto poco importan.