Josep Pàmies, Balaguer (Lleida), 67 años, se ha convertido desde sus huertas de la comarca ilerdense del Segre, en una persona de culto. Descendiente de una familia de agricultores de más de cuatro generaciones, con 16 años ya trabajaba la tierra, pero ha sido con Dulce Revolución (www.dulcerevolucion.com), una asociación sin ánimo de lucro que estudia y promueve las plantas medicinales como alternativa a las farmacéuticas, cuando se ha convertido en una figura alabada, criticada y perseguida a partes iguales. Esta tarde, a las 19,00 horas, da una conferencia en Jesús.
—¿Se considera el azote de las farmacéuticas?
—(risas). Dejémoslo en alguien que defiende un estilo de vida más sano.
—Pero las critica muchísimo.
—Porque se lo merecen. El uso desmedido de medicinas es la tercera causa de muerte en el mundo y eso no se sabe. Yo busco que el público sepa que hay remedios naturales muy eficaces contra grandes enfermedades.
—Suena a lucha de Don Quijote contra los molinos de viento.
—Es muy desigual porque yo estoy en Lleida, y ellos tienen un enorme poder y el apoyo de muchos gobiernos y medios de comunicación. Todos ellos están comprados como se demuestra cuando denunciamos un tema. Se publica y al día siguiente parece que nunca hubiera existido. Una vergüenza.
—¿Tanto esconden?
—Por supuesto. Se les acabaría el negocio si se supiera que con una planta como el Kalanchoe, muy fácil de cultivar, se puede paralizar el desarrollo de un cáncer o que con Clorito de Sodio se puede curar el ébola.
—Suena increíble.
—Lo es. Estos imperios no quieren que se sepa que el ébola se cura con productos gratuitos como la artemisa o el agua de mar o con el clorito de sodio, un producto casi gratuito cuya tonelada vale 8000 euros y sirve para una nación entera. Y por supueto tampoco que con una planta de artemisa se pueden sanar 40 personas de malaria.
—¿Y se puede hacer algo?
—Es difícil. Por ejemplo, en África hay cooperantes que son encarcelados acusados de producir droga por usar artemisa. Y eso es porque esos gobiernos se someten a las farmacéuticas y a la OMS
—¿No le da miedo enfrentarse a la industria farmacéutica?
—(risas). A mi edad ya he perdido el miedo. Durante muchos años colaboré sin saberlo a que la gente enfermara con los productos químicos de mis plantas y ahora tengo una deuda. Además, si no pierdes el miedo te quedas sin objetivos.