Esta semana me gustaría hablar de un tema que, es muy posible que resulte desconocido para la mayoría, y, sin embargo, está en nuestro día a día siempre, aunque no seamos conscientes de ello. Me refiero a las experiencias de “flujo”.
El llamado “flujo” o el “Fluir” (“Flow”, en inglés), es un término acuñado por Mihály Csíkszentmihályi, actualmente profesor de psicología en la Universidad de Claremont (California). Se refiere a esas experiencias en las que estamos absolutamente absortos y enfrascados en lo que estamos realizando, de tal manera que es como si no existiera nada más en el mundo y el tiempo se hubiera detenido.
Ocurre cuando realizamos una actividad que nos apasiona, en la que estamos disfrutando plenamente al 100%, y en la que estamos totalmente presentes, atentos y conscientes de todo lo que está sucediendo en ese momento, tan absortos y enfocados que nada más reclama nuestra atención.
Las experiencias de Fluir tienen mucho en común con la práctica del mindfulness. Ambas se refieren al momento presente y nuestra atención se centra por completo en lo que está sucediendo en ese momento.
Pero, la diferencia entre ambas es que, mientras que con la práctica del mindfulness, focalizamos nuestra atención de manera intencionada y somos nosotros quienes decidimos prestar atención a la actividad o experiencia, con las experiencias de flujo, la focalización de nuestra atención se produce de manera automática, sin que nos demos cuenta de ello, ya que es la actividad que estamos realizando en sí misma, la que hace que prestemos atención de forma enfocada. Suele ser algo que nos apasiona y nos atrae tanto, que no necesitamos realizar ningún esfuerzo para que ello suceda.
En su trabajo, “Fluir: La psicología de las experiencias óptimas”, Csíkszentmihályi esboza su teoría de que la gente es más feliz cuando está en ese estado de "fluir".
Es algo que todos hemos percibido más de una vez, y se caracteriza por una sensación de gran libertad, gozo, compromiso, capacidad y habilidad, durante la cual las sensaciones temporales (la hora, la comida y el yo) suelen ignorarse.
Un científico que lleva todo el día trabajando en su laboratorio, un alpinista que está escalando el Everest, una bailarina que está ejecutando un número en un festival, un cirujano en plena operación, una pareja haciendo el amor, un gourmet saboreando su plato favorito, un niño jugando con su juguete, una tejedora elaborando su labor, un apasionado de la lectura leyendo a su autor preferido… Todos ellos tienen en común que fluyen en lo que Csíkszentmihályi llamó una “experiencia óptima” y no sólo han escapado a la ansiedad y al aburrimiento, sino que, al hacerlo, han logrado poner orden en el caos reinante de sus mentes.
Todos ellos están experimentando el disfrute y además de que recordarán la experiencia como algo placentero, obtendrán de ella el estímulo adecuado para buscar nuevos desafíos y hacer que sus personalidades crezcan y se tornen más complejas.
Hace más de veintitrés siglos, Aristóteles llegó a la conclusión de que lo que más buscan los hombres y las mujeres es la felicidad. Pero los incontables avances tecnológicos y científicos que hemos logrado desde entonces no parecen haber arrojado mayor luz sobre qué es la felicidad, ni nos han ofrecido las herramientas adecuadas para ayudarnos a alcanzarla.
Esto es lo que movió a Csikszentmihalyi a liderar, desde la Universidad de Chicago y con el apoyo de investigadores de todo el mundo, un estudio de orden psicológico para comprender el fenómeno de la felicidad, indagando sobre las actividades que producían el disfrute y la forma en que se sentían las personas cuando disfrutaban de sí mismas.
La investigación que a este respecto se llevó adelante durante doce años, y en la cual se estudió la vida diaria de miles de personas en todo el mundo, permite elucidar algunos elementos comunes en sus descripciones sobre los momentos de mayor disfrute y realización.
La conclusión más sorprendente que surgió al analizar los resultados es que las experiencias óptimas eran descritas en términos muy similares por todas las personas, independientemente de su origen, de su edad, de sus rasgos culturales e, incluso, del tipo de actividad realizada.
La experiencia óptima, ese momento en el que las personas están tan involucradas en una actividad que su realización es intrínsecamente gratificante y nada más parece importarles, puede ser, entonces, un estado del ser humano que responde a unas características universales.
A diferencia de la simple experimentación del placer, cuyo disfrute es instantáneo y puede lograrse sin mayor esfuerzo (como sucede con las drogas o con el sexo fácil), la experiencia óptima requiere una atención totalmente concentrada en una actividad compleja que nos suponga un desafío y que implique desarrollar ciertas habilidades que nos lleven a conseguir unas metas muy determinadas y a sentir que tenemos un control personal sobre la situación.
Las experiencias óptimas o de flujo, nos hacen crecer y están íntimamente relacionadas con el bienestar, la plenitud, la satisfacción personal y la felicidad.
La buena noticia es que podemos decidir tenerlas y disfrutarlas más a menudo.
Y tú, ¿fluyes con la vida?