Óscar González (Efe) MADRID
La Liga de
Zinedine Zidane, la que parecía que iba a estar marcada por la
llegada del mejor jugador del mundo al fútbol español, se la llevó
al final el Valencia, con el juego solidario que ejemplifica uno de
sus fichajes, Francisco Javier Rufete. El Valencia se subió a la
cima del mejor campeonato del mundo sin estridencias. Se mantuvo a
flote en los momentos difíciles, cuando tras la jornada decimosexta
ocupó la octava plaza y se comenzó a pedir la destitución del
técnico Rafael Benítez, y aprovechó la dispersión de objetivos de
sus rivales, en el tramo final del torneo, para imponer su mayor
fortaleza mental. Fue otro triunfo de un entrenador español,
denostado a su llegada a Valencia por su escaso currículo, pero que
ha sabido dar, contra pronóstico, continuidad a la etapa más
gloriosa del club, justo cuando se comenzaba a hablar de decadencia
tras la marcha del argentino Héctor Cúper.
Benítez rentabilizó al máximo el poderoso armazón defensivo del equipo y aprovechó la irrupción en el último trimestre de dos jugadores decisivos con los que no contó en la primera parte de la Liga; Rubén Baraja, por lesión, y el argentino Pablo Aimar, suplente durante más de medio año.
Baraja regresó en la decimoséptima jornada y el Valencia no sólo tuvo un armador del juego de garantías, sino que encontró a un inesperado goleador, en ausencia de un delantero centro que contase con la confianza del entrenador. Aimar puso la calidad, la capacidad de improvisación para revolucionar los partidos previsibles. Se olvidó de los millones que había pagado el Valencia por él, lo que le había paralizado la temporada precedente, y se convirtió en el mejor extranjero del campeonato y en un jugador decisivo en la selección argentina de Marcelo Bielsa.
El Valencia ganó con holgura, con siete puntos sobre el segundo, un torneo que parecía que iba a decidirse en la última jornada en Riazor, adonde Deportivo y Real Madrid llegaron sin más objetivos que evitar el tercer puesto que envía a la fase previa de la Liga de Campeones, en agosto.
El meritorio subcampeonato del Deportivo, al que suma la Copa del Rey, deja un regusto amargo en La Coruña, porque la sensación general es que Javier Irureta contaba con la mejor plantilla. Al Deportivo, sin embargo, le faltó carácter para imponer su calidad en los momentos decisivos, como cuando acudió a Mestalla en busca de un empate, con más de medio título en juego.
El gran derrotado del torneo, no obstante, es el Real Madrid, que comenzó el curso como campeón, avalado por el fichaje más caro de la historia (casi 75 millones de euros por Zidane) y, al final, fue incapaz siquiera de salvaguardar el segundo puesto.