J.Antonio Diego SEÚL
Guus Hiddink, el holandés errante que ha ejercido de entrenador en
cuatro países distintos y ha llevado a Corea a los cuartos de final
(contra España), se ha convertido en objeto de veneración, en un
semidiós que sirve de ejemplo en relaciones maritales o en la
gestión de empresas.
¿Hay algún país en el que un entrenador extranjero reciba aplausos mucho más fuertes que los jugadores nacionales al ser presentados?. La respuesta es sí. Eso ocurre en Corea del Sur, entregada en cuerpo y alma al nuevo encantador de serpientes. La victoria sobre Italia ha extendido a Hiddink un cheque en blanco en el que puede escribir la cifra que quiera. El Gobierno piensa cambiar las leyes por si desea adquirir de inmediato la nacionalidad coreana. La presidencia de la República se le queda ya pequeña, como hipótesis.
Sin embargo, no siempre fue así. Hiddink se hizo cargo de la selección coreana en enero del 2000 y tuvo que pasar por malos momentos antes de convertirse en la encarnación de un dios solicitado por políticos y empresarios.
Hace sólo unos meses Hiddink no era en Corea un hombre popular en el sentido afectivo del término. Los medios de comunicación le bautizaron con dos cifras: «mister 5-0», para echarle en cara la derrota contra Francia en la Copa de las Confederaciones. Los críticos deportivos le acusaron de cometer errores en la selección de los jugadores. La multinacional Samsung retiró a Hiddink de una campaña publicitaria después del 5-0 «porque transmitía malas sensaciones».
Hiddink no se desanimó y empezó por aplicar el método de la mesa larga. El holandés advirtió que en las comidas del equipo se formaban tres mesas separadas: la de los veteranos, la de los medianos y la de los novatos, que no hablaban entre sí. Decidió que hubiera una sola mesa para todos.