Fernando Morientes quiere volver a encender en Inglaterra su luz. Esa que le convirtió en el máximo artillero de Europa con el Mónaco y que se ha ido apagando en su última etapa en el Real Madrid para dejarle seis meses en la oscuridad tras la marcha de José Antonio Camacho.
Cansado de esperar, cierra un ciclo de su vida de ocho años como madridista para demostrar en el Liverpool que es un depredador del área.
Morientes pone punto y final a su historia madridista entre la incomprensión y el orgullo por lo logrado. Las tres históricas Copas de Europa que brillan en su amplio palmarés se entremezclan con seis meses de lucha sin premio a la sombra de Ronaldo, y con su íntimo amigo Raúl González y Michael Owen siempre por delante.
Curiosamente, el «Moro» ocupará ahora el puesto dejado por Owen en el Liverpool. El jugador que, por su llegada al Real Madrid, rompió los planes de Camacho e hizo ver a Morientes que su regreso por la puerta grande al equipo blanco no iba a ser precisamente un camino de rosas.
Pero Morientes comenzó fuerte. Saldó su deuda con el madridismo dándole el pase a la actual Liga de Campeones con dos goles en el partido de ida del castigo de la previa contra el Wisla. Unos meses antes, con uno de sus saltos interminables, acrecentaba su figura de matador, certificando la debacle de un Real Madrid que comenzaba a acelerar en su cuesta abajo tras perder la final de Copa.
En su ciclo madridista, al «Moro» siempre le acompañó el sambenito de discutido. Intentó zafarse de él con goles como principal argumento, pero las dudas fueron sus compañeras de viaje desde 1997 que llegó de la mano de Fabio Capello. La inseguridad por sus rachas goleadoras nunca se trasladó a los banquillos y todos sus entrenadores siempre han confiado en su olfato.
Criado en Sonseca (Toledo), debutó en Primera división con tan sólo 17 años en las filas del Albacete (ante el Tenerife, 2-3). Tardó un par de campañas en hacerse notar. En 1995 pasó al Zaragoza, conjunto en el que logró trece y quince goles en los dos años siguientes y se convirtió en una de las jóvenes promesas del fútbol español.
Fabio Capello recomendó su contratación y fichó por el Real Madrid en 1997 por seis millones de euros. Por entonces ya había acudido al Mundial sub 20 de Qatar, se había hecho un hueco en la selección sub 21 e incluso estuvo en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96.
En sus inicios en el Real Madrid tuvo ya dura competencia con el croata Davor Suker pero terminó colaborando decisivamente en la consecución de títulos y dio el salto a la selección absoluta, en la que tuvo el honor de inaugurar el estadio de Saint Denis en un amistoso que ganó Francia a España por 1-0.
Su mejor temporada goleadora fue la 1998-99, con 19 dianas en Liga y 6 en Copa, luchando por el puesto con el polémico Anelka, y repitiendo papel principal en la Copa de Europa, la octava, abriendo el marcador en la final ante el Valencia (3-0).
Con Del Bosque se convirtió en el delantero centro principal del equipo, pese a la fuerza goleadora de Guti en una nueva posición, antes de quedarse excluido del club de los «galácticos» con las llegadas de Figo, Zidane y finalmente Ronaldo, en el 2002, pieza clave en la decaída del «Moro».
Relegado al banquillo, una situación que nunca había vivido en sus seis temporadas en el club blanco, aguantó un año y luego buscó la salida, al Mónaco, con la vista puesta en la Eurocopa. Inglaterra ya sabe de sus cualidades. Silenció «Stamford Bridge» con un golazo que lanzaba al Mónaco a la final de la Champions. Muchos sueñan viendo sus más de cien goles defendiendo al Real Madrid y aquella tarde mágica en la que metió cinco goles a Las Palmas. Una página brillante que espera repetir en la Premier.