El nuevo Mallorca de Gregorio Manzano adivina la luz al final del túnel. Después de nueve jornadas de tormento, de más de dos meses y medio sin abrazarse al triunfo, el grupo balear le traspasó su crisis y el farolillo rojo a su enemigo en el estreno soñado por el entrenador jienense. Ayer dio síntomas evidentes de recuperación y su reivindicación como equipo con un triunfo cómodo que le permite asomar el futuro con las alforjas cargadas de esperanza y recuperar parte del crédito perdido.
Más allá del marcador, el poso de satisfacción que deja el partido es el de comprobar la recuperación de futbolistas que parecían evadidos. La buena noche de Arango, Nunes y Basinas inspira esperanza y confianza, dos palabras enterradas que parecían olvidadas en el manual de este Mallorca (0-2). En la victoria tiene mucho que ver la sencillez táctica y técnica de un enemigo derrumbado tras el descanso. El Málaga se desintegró con la fórmula, que deberá pasar reválida el próximo domingo ante el Real Madrid.
La crisis balear no dio migajas a un rival resquebrajado por dentro, sin recursos. Jugando bien por momentos, defendiendo con eficacia y desdoblando con velocidad, mantuvo al rival alejado de la disputa de los puntos. El relevo en el banquillo provocó un efecto inmediato, un cambio de actitud que apenas tardó cuarenta segundos en rozar el éxito. Fue tras una acción iniciada por Tuni, un pase al espacio para Pisculichi y un pase de orfebrería con la zurda del argentino que Arango cabeceó sin demasiada confianza. El guante de Arnau evitó el gol y provocó los primeros murmullos en La Rosaleda.