Nadie dijo que sería fácil, pero la euforia que dejó el contundente triunfo ante Costa Rica se convirtió este domingo en una tímida alegría contenida. Los argumentos de España fueron contundentes ante la débil selección centroamericana, pero el duelo ante Alemania fue otra historia. El equipo germano estuvo contra las cuerdas, casi eliminado, durante muchos minutos, pero la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre la gloria y el desespero, es casi invisible. Morata adelantó a España, Alemania empató a falta de ocho minutos para el final y el equipo de Luis Enrique, aunque sin renunciar nunca a encarar la portería rival, demostró que también sabe sufrir, defender.
España y Alemania representan dos formas de entender el fútbol. La imaginación, la improvisación y la magia rivalizaban con la fuerza, la fortaleza y la disciplina táctica. El equipo de Luis Enrique acumula la posesión, toca y toca el esférico y, además, lo hace en vertical, buscando la portería rival. El equipo germano es rocoso, duro, disciplinado y con las imprescindibles dosis de calidad. Los tópicos se cumplieron en un duelo en el que ambas selecciones deambularon entre el respeto y la veneración al rival. Ganar era el objetivo, aunque el temor a perder era más que evidente.
Un empate ante el potente equipo alemán no puede borrar las virtudes mostradas por el equipo en el debut, aunque es fácil pensar ahora que los elogios fueron un tanto exagerados. Luis Enrique puede equivocarse, jugar con Rodri de central quizás no sea la mejor idea en todos los partidos, y no contar con un nueve puro de inicio no parece ya la mejor de las opciones. Queda todo pendiente del partido ante Japón, aunque España tiene encaminada la clasificación. No ganar al equipo nipón sería una desgracia inesperada y sorprendente. Después, todo es posible.