Jaime Rodríguez (Granada, 1980) es el director de programas y del Observatorio de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que ha conseguido adaptar sus recursos a las restricciones que ha conllevado la pandemia. En el Día Mundial contra el cáncer de mama, insisten en no perder de vista el orden de prioridades.
Una de sus funciones es supervisar los programas de prevención del cáncer de mama, ¿cómo les ha afectado la pandemia?
—Es cierto que una de las tareas más importantes en salud es el cribado del cáncer porque la detección precoz supone un mejor pronóstico. En los meses de máximo confinamiento el cribado se paró. Dicho esto se trata de un programa anual o bianual, muy homogéneo en todas las comunidades, así que en este momento no es preocupante.
¿Funciona bien el programa de mamografías?
—Sí se cumple, la tasa de participación es de las más elevadas del ámbito europeo. Se realiza a entre un 78 o un 80 % de las mujeres; son niveles realmente muy altos porque, además, muchas veces las mujeres también utilizan la sanidad privada.
¿Ha dejado de diagnosticarse el cáncer durante 2020?
—No tenemos información en este sentido; es verdad que hay proyectos o investigaciones en marcha para averiguar en qué medida puede haber sucedido, sobre todo en otras patologías que no son de mama.
Compare los programas de cribados de diferentes comunidades, ¿cómo anda Baleares?
—Así como el de mama está implantado y es similar, el cribado de colón es un poco diferente según la comunidad por varios motivos, sobre todo por la población a la que va dirigida y porque parte de una muestra en heces. Todo depende de la capacidad de adaptación del sistema de salud y del circuito asistencial. Algunas autonomías lo hacen en la farmacia, otras envían kit a en las domicilio, se articula de diferentes maneras… Afortunadamente el cáncer de colon tiene un periodo muy largo de incubación, como de 10 años, así que los posibles retrasos derivados no son preocupantes. Luego están los cribados para el tumor de pelvis. Son pruebas a población asintomática y hay que valorar el beneficio-coste del programa. Otra cosa es cómo han ido las operaciones.
Aquí se ha defendido que, a pesar de la emergencia sanitaria, no se han dejado de tratar las urgencias oncológicas, ¿han funcionado bien?
—Ahora mismo hay incertidumbre en este sentido. A día de hoy no hay datos oficiales.
¿El cáncer de mama sigue siendo la enfermedad más letal para la mujer?
—Es la primera causa de mortalidad pero teniendo en cuenta el volumen de casos nuevos que se producen es reducida. Se estima que el riesgo de padecer cáncer de mama a lo largo de la vida es de 1 de cada 8 mujeres. A medida que se incrementaron los cribados, que se pusieron en marcha a finales de los años 80, afloraron en estadios tempranos.
¿Cuáles son los factores de riesgo que pueden ir asociados a la aparición de un tumor mamario?
—Las cifras de cáncer de mama son similares en todo el mundo si bien hay lugares donde los factores de riesgo relacionados con los hábitos de vida lo alteran, ya sea por la cultura o por la legislación. El tumor está relacionado con la obesidad, fumar o la falta de ejercicio físico, y además hay un pequeño porcentaje con un componente genético.
Apenas se conoce pero el cáncer de mama también afecta a los hombres, ¿en qué medida?
—Muy poco, por debajo del 1 %, es casi exclusivamente femenino. Como es extremadamente raro, no tendría sentido hacer extensivo el cribado.
¿En qué se ha avanzado respecto a esta enfermedad en los últimos años?
—El avance en la última década en investigación y tratamientos ha sido importante. Ha habido una revolución a nivel asistencial: en medicina hay tratamientos dirigidos al tipo concreto de cáncer que gana en efectividad y mejora la supervivencia.
¿La pandemia ha afectado a la investigación de otros campos?
—La pandemia ha afectado a todo. Uno de los mayores riesgos es la identificación de prioridades. La COVID-19 está aquí y mata a entre 150 y 200 personas al día, pero no hay que olvidar que también mueren en España, a diario, 300 personas por algún tipo de cáncer.
¿Cómo se adaptó la AECC al confinamiento?
—Fue difícil porque nuestra principal razón de ser es acompañar a pacientes y familiares y cuando de un día para otro no puedes ir a hospitales o atender en los domicilios o no tener abierta la sede para la gente... Es difícil. Aún así hemos mantenido el 100 % de la actividad por teléfono y de forma telemática. Nos hemos articulado para mantener la actividad y el acompañamiento. En su día hicimos una encuesta y el 94 % de los pacientes no había notado el cambio. Seguíamos allí junto a ellos.
Y ahora, ¿siguen los problemas de presencialidad?
—Ahora conviven todos los canales. A diferencia de al principio, la situación es muy variable en cada territorio y nos hemos ido adaptando. Hay lugares donde la pandemia está más reducida y se ha podido retomar con normalidad la actividad presencial y otros con más incidencia que sólo realizan las actividades críticas. Hemos quitado más el ocio o actividades grupales. En Madrid, por ejemplo, fomentamos la intervención on line.
Esta enfermedad tiene un impacto en la autoestima, ¿Cómo trabajar para mejorarla?
—Tiene un componente emocional importante porque implica mucho cambio físico, desde la pérdida de cabello a una mastectomía… Puede ser duro. La asistencia psicológica es el servicio que más demanda tiene.
¿Hay programas pensados para los familiares?
—Sí, la familia tiene que hacer de apoyo y muchas veces sucede que la mujer tiene el rol de cuidadora. En la medida en que ella es la paciente, el rol cambia y se ve alterada la atención de la familia y eso tiene connotaciones.