A las 19'35 horas del día 2 de diciembre de 1999, el delegado de Patrimonio de Marruecos pronunciaba en la ciudad de Marraquech el nombre de la candidatura «Eivissa. Biodiversidad y Cultura», proclamándola oficialmente como Patrimonio de la Humanidad. De este modo se completaba un camino iniciado en febrero de 1998, cuando el Consejo del Patrimonio Histórico, órgano de coordinación entre el Ministerio de Cultura y las Comunidades Autónomas aceptaba la propuesta de incluir entre las candidatas nacionales el recinto de Dalt Vila.
Posteriormente, el documento que debía presentarse ante la Unesco en París fue ampliándose, quedando configurado por las murallas renacentistas, el núcleo histórico de Dalt Vila, la necrópolis del Puig des Molins, el yacimiento fenicio de sa Caleta y las praderas de algas posidonia de la Reserva Natural de Ses Salines.
La decisión de la Unesco no suponía un camino de rosas. La organización internacional exige que las instituciones nacionales se impliquen en la conservación, protección y difusión de los bienes declarados y deben remitirse a su sede central informes periódicos sobre el estado de los lugares declarados.
Según Luis Lafuente, subdirector general de Protección del Patrimonio Histórico de la Dirección General de Bellas Artes y uno de los valedores de la candidatura ibicenca ante la Unesco, señaló en su día que la declaración «es una garantía para poner todos estos bienes fuera de peligro, ya que las organizaciones internacionales se movilizarían en caso de que cualquier conflicto bélico, catástrofe o bien la intervención misma de los gobiernos los pusiera en peligro».