LAURA MOYÀ/R.C.
Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático. Claudia, una
alumna del centro, recibe siete lecciones de su profesor, Louis
Jouvet. El maestro le explica cómo crear el personaje de Elvira del
«Don Juan» de Molière y, también, cómo debe ser el teatro. Así
surge «París 1940», una historia centrada en las clases que Jouvet
impartió antes de exiliarse de Francia tras la ocupación nazi y que
Josep Maria Flotats ha utilizado para «enseñar al público» su
propia manera de ver el teatro. La obra se presenta a las 21'30
horas de mañana sábado en Can Ventosa; a 18 euros la entrada.
-¿Por qué le intereso escenificar las enseñanzas de Jouvet?
-Este texto es una parte de mi biblia como actor. Es original y único en el teatro porque no hay obra que pueda explicar al público esta alquimia que es la construcción de un personaje. El espectador asiste a las clases magistrales y puede entender la enorme dificultad y el momento misterioso que es la creación de un personaje. Puede ver la progresión del trabajo. A su vez, es un planteamiento moral, intelectual y de compromiso ético con el oficio y la sociedad que nos rodea. No se trata de una obra que sólo habla de teatro, habla de cualquier persona que, a través de su trabajo, se realiza cada día y puede mejorar. Además, muestra el compromiso del artista frente a una agresión de la barbarie y cómo mantiene la cabeza alta, cómo no se esconde y cómo no claudica. Esto me parece esencial.
-¿Qué significa para usted Jouvet?
-Jouvet, Baty, Dullin y Pitoëf, fundadores del «Cartel des Quatre»,
son los auténticos renovadores del arte interpretativo del teatro y
de la escena francesa. Quitaron el polvo a los clásicos y montaron
textos contemporáneos. Hoy, la manera de interpretar es la misma
que implantaron los cuatro. Es lo que a mí me formó. Me decidió por
este texto para mostrar de dónde vengo, qué me ha formado y en qué
teatro creo.
-¿Es un toque de atención a la escena
teatral?
-Intento explicarme a mí mismo hablando de teatro y defender mi
opción de un teatro de texto. Cómo debería ser o, más bien, hablar
del teatro en el que creo. Hay diferentes maneras de crear y todas
pueden ser respetables.
-¿Fue un reto ponerse en la piel de
Jouvet?
-Cualquier obra siempre es un reto que hay que vencer con trabajo.
Lo más angustioso sería subirse a un escenario sin haber trabajado
lo suficiente.
-Jouvet decía que el teatro era algo
espiritual.
-Hay una parte de espiritualidad, de misterio. En el teatro todo es
vida, respiración, ritmo. Y, si surge el ritmo, surge el poeta.
-«París 1940» opta a cuatro Premios Max, unos galardones dominados este año por los actores y montajes catalanes.
-Tal vez porque este año han habido más creaciones de autores catalanes que castellanos. Este hecho va según las añadas. Hay temporadas en las que el teatro catalán es mejor que en Madrid y viceversa. No es sistemático.
-¿Cómo ve el panorama teatral actua?
-Hay más producciones que nunca pero, en realidad, si nos
preguntamos cuántos espectáculos recordamos y cuántos nos han
marcado cuando termina la temporada, nos damos cuenta que sólo han
sido tres o cuatro de 600. Tiene que existir una selección
rigurosa; pero, a la vez, no se puede impedir a nadie hacer teatro.
Por otra parte, también significa que es un oficio muy preciado y
que hay una gran cantidad de gente que quiere, intenta y busca
expresarse a través del teatro. Por eso, tal vez sea bueno que haya
tantos montajes a lo largo de un año, ya que asegurará que siempre
haya alguno trascendental.
-Para algunos, un genio; para otros, un vanidoso. ¿Cómo se ve Josep Maria Flotats a sí mismo?
-Nunca he pretendido gustar a todo el mundo. Si gusta a unos cuantos ya es suficiente propina. Creo en unas cosas e intento construirlas, enseñarlas y comunicarlas al mayor número de personas posibles. Si alguien quiere verlo, encantado; pero el día en que un actor piense que es normal que vean sus obras, empieza a equivocarse. Para mí es excepcional que una persona salga a la calle y compre una entrada de teatro.