El pasado martes falleció en Eivissa a los 27 años de edad Cristina Cardona Tur. Desde hacía ya algún tiempo venía luchando (ella y su familia) contra el cáncer que finalmente acabó con su vida. A pesar del avanzado estado de su enfermedad, la reconocida bailarina ibicenca de proyección internacional nunca perdió la ilusión y la fe en el futuro. Una prueba de cargo de hasta qué punto esto es cierto está en la carta que escribió el pasado abril, con la intención de hacerla pública. Su padre (amigo como ella de quien esto escribe) me la pasó para ver qué me parecía. A la vuelta de unas vacaciones hablé con ella y le dije que todo el escrito me parecía muy bien, pero que, acaso, sería mejor concretarlo en algún proyecto.
Fue la última vez que hablé con Cristina; no se concretó ningún proyecto, pero creo que tengo el deber y la responsabilidad de dar a conocer un escrito que, desgraciadamente, ha quedado como un legado ejemplar de una gran profesional de la danza que vio cumplido sus sueños de volar alto en un campo artístico en el que logró altas cotas, acaso no tan altas en comparación con las que podría haber alcanzado si la vida se lo hubiera permitido. Fechada el 2 de abril, el escrito estaba «dirigido a todos los amantes de la música, la danza, el espectáculo... el arte y, sobre todo, a los que creen en la isla porque aquí hay talento, voluntad, ideas, buenos músicos, actores, voces y bailarines dispuestos a crear si se les da la oportunidad».
En el párrafo siguiente, Cristina Cardona se presentaba a sí misma con estas palabras: «Considero mi opinión humilde, siendo una persona de estudios medios, pero con la suerte de haber aprendido de la disciplina del ballet clásico, la sensibilidad de la expresión corporal, la inspiración de la música, la magia del escenario y la vida del teatro donde yo, afortunadamente, pase siete años y medio, y esa escuela me enseñó todo lo que soy». La escuela en cuestión fue el ballet del Thüringer Landestheater, de la Turingia alemana, donde la bailarina ibicenca cosechó grandes éxitos en opinión de la crítica especializada y del público.
El cuerpo central de la carta está dedicado a valorar las posibilidades que tiene Eivissa para poder desarrollar la danza desde temprana edad; cómo se podrían montar «fragmentos de óperas» con producción propia; su apuesta por lo clásico sin rechazar lo moderno, siendo ambos complementarios. La carta de Cristina Cardona termina con un ofrecimiento que, ahora, resulta bien doloroso de leer: «Gustosamente invertiría todo cuanto sé y el tiempo necesario para llevar a cabo un proyecto así con la colaboración de quien esté interesado y entusiasmado. Estoy convencida».
Hasta aquí su legado, que estimo merece ser atendido por alguna institución y por los amantes del arte en general y de la danza en particular. Me consta que Marisol Roig-Francolí, directora del Centro de Danza y gran amiga de Cristina, va a ponerse a ello. De entrada, y como homenaje a su ejemplo y dedicación, pediría desde aquí que el aula de baile del futuro Conservatori de Música y Dansa de Eivissa lleve el nombre de Cristina Cardona Tur. Lo merece.