J. HERRANZ
El polifacético cineasta Terry Gilliam estaba ayer a gusto contando historias de Tideland a los cinéfilos y periodistas que acudieron a la Sala Aramon, en el marco del International Film Festival (IFF), del que es uno de los patrones. Una película que algunos pudieron verla ya el domingo en el Cine Regio de Sant Antoni y que hoy se repone en el Cine Serra (17, 20 y 23 horas).
«Soy un director malísimo, por eso elijo actores muy buenos, a los que sólo tengo que indicar con el dedo lo que quiero», bromeó el cineasta, pues se le notaba orgullosísimo del resultado de esta dura y algo gótica historia sobre una niña y su padre heroinómano; basada en una novela no exenta de humor negro, que cuando se proyectó hace dos años en el Festival de San Sebastián provocó que muchos espectadores se levantaran y se fueran; aunque recibió el Premio de la Crítica. «Lo que me gusta del film es que provoca reacciones y discusiones. Lo aman, lo odian o quedan confusos, pero no deja a nadie indiferente».
Y, desde luego, gran parte del mérito de Tideland la tiene la niña «increíble de buena» que, tras una búsqueda desesperada, Terry Gilliam encontró cuando ya perdía las esperanzas. «Era muy fácil trabajar con ella porque es un genio, y la de mayor edad mental de todo el set. Además, su madre es muy inteligente y comprendía muy bien el trabajo que la niña hacía como un juego», aseguró el director, quien se explayó a sus anchas sobre todas las circunstancias y complicaciones del rodaje, la producción y la distribución; tema este último duro de solventar ante la competencia avasalladora de la industria norteamericana de Hollywood. «Ese es el motivo del retraso en el estreno en España; encontrar el dinero para la distribución; pero, por fin, sale esta semana».