JULIO HERRANZ
El sábado en Sa Punta des Molí Antonio Márquez cumplió al fin uno de sus sueños pendientes: presentar en Sant Antoni, su pueblo (de corazón, si no de origen: Sevilla) un espectáculo con toda su compañía. Completo, tal como lo lleva a los mejores escenarios del mundo, que se han rendido al genio de este gran bailarín, versátil y de tan excelentes prendas, tanto artísticas como humanas. Y la obra elegida, Antonio, resultó totalmente apropiada, porque enlazaba la propia biografía de Márquez con la de Antonio Ruiz Soler, el gran Antonio el Bailarín, quien fuera (con más de 60 años) su primer maestro en el Ballet Nacional de España, a donde nuestro protagonistas ingresó con 17 años.
Así, como si se tratase de un relevo de la antorcha del baile, Antonio une el pasado (encarnado con elegancia y sobriedad por el veterano Paco Romero) con el brillante presente de Antonio Márquez y apunta al futuro: en la figura del primer bailarín de la compañía; como queda patente en una hermosa y simbólica escena entre él y Márquez, ahora asumiendo el de Sant Antonio el papel del que fuera su maestro.
Un musical flamenco
Antonio está concebido como un singular musical flamenco que narra, con el oportuno apoyo de una vigorosa voz en off, las etapas claves de la biografía del Ruiz Soler: desde sus inicios malagueños hasta su decadencia y ausencia final, pasando por el triunfo mundial, viajes, su reconocido mal genio y sentido de la disciplina para extraer el máximo de su compañía... Con números de intensa belleza coreográfica, fuerza y perfección estética. Hasta con agradables sorpresas; como la danza entre jazz y flamenco de la versión que Diego Carrasco ha hecho del Hello Dolly.
También destacó el vibrante 'diálogo' de taconeo entre Paco Romero y los bailarines de la compañía; o el de Márquez con el veterano bailaor, que reflejaba con tino, y a la vez melancolía, lo cruel que puede resultar el paso del tiempo para un profesional como Antonio el Bailarín, que llegó a serlo todo en la danza.
Y, desde luego, hay que aplaudir la generosidad y el empeño de Antonio Márquez para hacer que una compañía de su categoría y su caché actuará en un sitio como Sa Punta des Molí, con unas claras limitaciones técnicas y de espacio, que fueron solventadas con bastante eficacia. Aunque hubo algún fallo técnico y de sincronía con la música grabada de algún número; pero apenas se notaron ante la intensidad y la entrega de toda la compañía, profesionales de tomo y lomo.
Una velada realmente memorable, en la que de vez en cuando me venía a la cabeza la llamada que hace muchos años me hizo Paco Torres para que no me perdiera uno de los festivales de final de curso de la academia que tenía con su mujer, María Martín. Sobre todo, insistió el añorado amigo, porque tengo un chaval muy joven que baila el Amor Brujo que es algo fuera de serie. Aquel adolescente (que encima aquel día bailó con fiebre, recuerdo bien) era Antonio Márquez.
Tantos años y tantos éxitos después, todos pudimos comprobar el sábado que aquel adolescente sigue bien vivo y dentro del gran bailarín ibicenco.