Dos ausencias marcaron el arranque del festival Eivissa Jazz el pasado miércoles noche. La primera triste, debido al fallecimiento este año del periodista e investigador Xicu Lluy, a quien la organización ha decidido dedicarle la edición de este año. «Escribía muy bien y estaba siempre al pie del cañón y eso es muy de agradecer; se le echa en falta», apuntó José Miguel López, responsable del programa de Radio 3 Discópolis y un año más maestro de ceremonias del certamen. La segunda ausencia fue la de Abe Rábade, aunque es de signo muy distinto. El pianista gallego, comprometido como pocos con la cita ibicenca, canceló su concierto en el último momento ante el nacimiento de su hija Helena, que llegó al mundo el mismo miércoles. Al caerse del cartel, Rábade abrió las puertas a la incorporación al programa de La Marina Band, que protagonizó un debut magnífico y que debería dar que hablar.
Pero la apertura del festival, por tercer año consecutivo, correspondió a la Eivissa Jazz Big Band, formación que presentaba algunos cambios respecto a la que pudo verse el pasado año y que sonó sólida y contundente, además de enriquecer su puesta en escena con la incorporación de dos cantantes, Eva Cano y Marcos Penschow.
Repaso
Abrieron fuego con Miss Fine, de Oliver Nelson, y Switch in Time, de Sammy Nestico, y quedó claro desde el principio que la agrupación ha ido a más a lo largo de los últimos meses, un hecho que quedó confirmado con el carrusel de piezas cantadas que llegaron a continuación. Cano cantó Summertime, Georgia y Almost Being in Love, mientras Penschow hacía lo propio con el clásico de The Beatles Come Together y Feeling Good. Tras esta última, ambos abordaron Ain't no Mountain High Enough (con arreglos de Alfredo Souza sobre la pieza de Ashford Simpson), en la que todo, banda y cantantes, parecía encajar perfectamente. Mientras Cano insuflaba puro swing, Penschow, un buen descubrimiento en el marco del festival, ofrecía un sesgo soul, más juguetón.
El conjunto ibicenco («es vuestra big band», remarcó José Miguel López al público en la presentación) cerró su mejor actuación hasta el momento en el certamen con Mercy Mercy, de Joe Zawinul, Chamaleon, de Herbie Hancock, y con una especie de divertimento sobre el estribillo de Ain't no Mountain High Enough que su director, Alfredo Souza, aprovechó para presentar uno por uno a todos los músicos.
Le tocaba el turno a La Marina Band, grupo integrado por Kike Canet (bajo), Llorenç Prats (piano), Quimi Luzón (batería), Franco Botto (saxo alto) y Pere Lluís Navarro (trompeta) que debía cumplir con la a priori difícil tarea de sustituir a Abe Rábade sobre el escenario («no somos tan buenos», se apresuró a advertir Navarro al público). Pero lejos de que su edad (la media ronda los veinte años) o la responsabilidad de llegar al Eivissa Jazz tan de repente les hiciera pagar la novatada, el quinteto abrió su concierto con un sonido limpio, seguro y puesto al servicio de un repertorio (para poner de manifiesto un poco más su valor) formado íntegramente por composiciones propias. Back to 1976, de Canet, ofreció a los asistentes un medio tiempo con el que La Marina Band parecía querer entrar de puntillas, poco a poco, como entrando en calor a cámara lenta, pero era una falsa ilusión. El quinteto, en su segunda pieza, Sa Penya, obra de Navarro, mostró su seguridad, reflejada en un interesante diálogo entre la trompeta y el saxo alto. Composiciones sencillas, aunque con un fondo musical denso, completo, iban a ir tejiendo su actuación. Sutiles pinceladas funky o de bossa quedaban flotando en el aire, escondidas tras un armazón de sólida base jazzística que los integrantes del grupo fueron dedicando a familiares, amigos, profesores y parejas. The Only One, de Botto; A Little Bit, de Prats; Bossa 1, de Botto; Posta en Sol, de Navarro; Tabú, de Prats, o Kahori, de Canet, confirmaban las sensaciones de que Eivissa tiene una formación joven que puede tener mucho que decir en los próximos años en el mundo del jazz, y no solo en la isla. Casi al inicio de su actuación, a la espalda de los músicos, los fuegos artificiales de ses Figueretes parecían querer saludar también la irrupción de este puñado de jóvenes en la escena musical pitiusa.
A medio concierto, y hasta el final del mismo, el quinteto se convirtió en sexteto con la incorporación del saxofonista Joaquín Luzón, quien aportó su composición Be Hop, que el grupo dedicó a la memoria de Xicu Lluy. Las inquietudes musicales de La Marina Band les llevó además a atreverse con los clásicos, con una más que interesante fusión entre Impressions, de John Coltrane, y So What, de Miles Davis, rapeada por Ácido y Del Valle bajo el título de Ya no juegan.
Puede que Xicu Lluy pusiera alguna pega a esta última pieza pero no hay ninguna duda de que hubiera disfrutado del concierto, como hizo tantas noches bajo el cielo nocturno en el baluarte de Santa Llúcia, o en el de de Sant Pere, o en Vara de Rey, o en el Parque Reina Sofía… Xicu fue una parte indisociable del festival y así queremos recordarle: entusiasta, melómano, crítico y sincero. Esta va por ti, Xicu.