La danza del fuego de Manuel de Falla y el Bolero de Maurice Ravel bebiendo los vientos, soplido tras soplido, de un genio. Jorge Pardo, travesera en mano, salió al escenario solo, el primero, para romper el hielo. Es una suerte de Messi del saxo y de las flautas, pero no lo sabe, o no se lo quiere creer. Ha tocado con los más grandes (Corea, Di Meola, Khan, Brecker...) y ayer estaba en Santa Eulària, para rendir homenaje a su amigo Paco de Lucía - un demiurgo de la guitarra que nos dejó antes de tiempo -.
La gala, introducida por la periodista Amalia Sebastián, empezó con los parlamentos, breves y sentidos de Joan Marí, director de Cáritas Eivissa y Joan Riusec, consejero delegado de Sa Nostra. El primero agradeció el evento, en beneficio de la entidad, el segundo nos recordó sucintamente la enormidad del genio homenajeado.
Cuando llegó la hora de los artistas, a Pardo la bastaron dos minutos para meterse al público en el bolsillo. Luego, presentó al resto de la banda. Toni Cuenca, al bajo; Armando Lorente, percusión y efectos sonoros y hasta humor bien destilado; a la batería Toni Cuenca Jr; Agustín Aguiló sentado al piano y Benjamín Habicuela, percutiendo las cajas y demostrando que de casta le viene al galgo.
Sonaron temas de Paco, ¿cómo no?, en forma de bulerías y rumbas, y también de John McLaughlin y de Duke Ellington, que es lo más aparecido a Dios en esto del jazz. El respectable apenas contenía las piernas, se les iban al compás de las improvisaciones de una banda que está de gira por las Balears para evocar al músico español más universal; un prohombre que eligió las Islas para descansar, componer y, de paso, hacer amigos.