Balears acaba de cerrar una temporada turística excepcional, tanto en número de turistas y pernoctaciones como en ratios de rentabilidad empresarial. Sin embargo, estos buenos datos no deberían ser un obstáculo para poner sobre la mesa otros aspectos del mercado turístico que merecen un debate profundo.
Atendiendo a las cifras publicadas por el Instituto Balear de Estadística resulta evidente que la temporada turística se está acortando (especialmente en Menorca y Eivissa), al tiempo que el indicador de presión humana pone en relieve que durante los meses de julio y agosto la carga demográfica está aumentado.
No obstante, las estadísticas muestran cómo el número de plazas de alojamiento turístico regladas han crecido un tímido 0,4% durante la última década (422.943 plazas, 2004 vs. 424.636 plazas, 2014). Entonces, ¿cómo es posible que aumente la concentración de flujos turísticos durante los meses centrales de la temporada alta si la oferta de alojamiento reglado se ha mantenido prácticamente estancada?
Son muchos los factores que deberían tenerse en cuenta a la hora de contestar a esta pregunta pero, sin duda, uno de los factores clave es la significativa proliferación de la fórmula de alquiler turístico, mayoritariamente de carácter alegal.
En este sentido, si bien es cierto que existe un creciente segmento del mercado turístico que busca nuevas fórmulas de alojamiento como la que ofrecen las viviendas turísticas particulares, no podemos obviar que en muchas ocasiones la razón que empuja a los turistas a elegir esta forma de alojamiento es simplemente su (bajo) precio. Hace algunas semanas, yo mismo señalaba, en respuesta a las preguntas de un periodista, que la creciente concentración de turistas en los meses de julio y agosto empezaba a dar muestras de insostenibilidad, dado el aumento exponencial que muestran los indicadores de presión, congestión y uso de recursos naturales durante estos meses.
Ante esta situación, ha llegado el momento de que la sociedad balear alcance el necesario consenso para que el crecimiento económico de las Islas no se base en un aumento continuado de los flujos turísticos y de su concentración en unos determinados meses del año. Resulta clave, pues, centrar los esfuerzos en mejorar los indicadores de eficiencia y calidad de los productos turísticos tradicionales, así como en desarrollar nuevos productos de mayor valor añadido que garanticen la sostenibilidad del turismo.
En este sentido, es obligado reconocer el esfuerzo de adaptación y mejora que está realizando el sector hotelero en términos de modernización y renovación, no solo de sus establecimientos, sino también de los servicios que conforman la experiencia turística (oferta gastronómica, ocio,…). La inversión realizada durante los últimos años ha sido mayúscula y ha propiciado una notable mejora de los estándares de calidad (incluida, la ambiental), de los indicadores de satisfacción y fidelización del cliente y, por ende, de los indicadores de rentabilidad.
Este último aspecto deviene en la mejor garantía para que esta pauta de inversión continúe en los próximos años, que permitirá, sin duda, una mejora en los indicadores de rentabilidad de otras actividades relacionadas directa o indirectamente con el turismo.
Este es, en mi opinión, el camino a seguir para garantizar la sostenibilidad del destino turístico balear: modernización, innovación y lucha firme contra la oferta de alojamiento alegal.