Hasta el próximo 11 de septiembre se puede ver en la sede central del Instituto Cervantes de Madrid, junto a la estatua de La Cibeles, una exposición de fotografías del magnífico fotógrafo gallego José Suárez (1902-1974).
En ella, se pueden contemplar buena parte de las imágenes que tomó de Eivissa a principios de los años setenta del pasado siglo con motivo de dos reportajes que realizó para el periódico La Prensa de Buenos Aires. Unas fotografías, muy geométricas y formalistas, que recogen las iglesias blancas ibicencas, el paisaje de la isla y sus gentes, con sus trajes de campo y sus trajes de faena, sobre todo de los trabajadores de las salinas.
José Suárez tuvo una vida azarosa y errabunda. Estudió en Salamanca y se hizo amigo del escritor Miguel de Unamuno. Sus fotografías del escritor son históricas y han sido reproducidas multitud de veces. Antes de la Guerra Civil también captó en sus instantáneas el paisaje de su tierra, Galicia, con sus pueblos enxebres, su etnología y las tareas tradicionales de los marineros.
Después, tras el final del conflicto, fue uno más de los muchos artistas que marcharon al exilio y como otros paisanos suyos se instaló en Argentina donde pudo colaborar en el periódico La Prensa de Buenos Aires para el que escribiría como corresponsal por esos mundos un total de 60 reportajes entre 1960 y 1971. Además, del citado anteriormente de Eivissa, destaca los que hizo en Japón, donde estuvo varios años y se hizo amigo del director de cine Akira Kurosawa, los del Cono Sur, y tras regresar del exilio en 1959 los que llevó a cabo de la España más pintoresca como La Mancha de don Quijote, La Alberca, Las Batuecas, el Toledo de El Greco o su Galicia perdida.
«Nunca violento la vida que hay a mi lado» era uno de los lemas de este fotógrafo de estilo propio y reconocible, muy influido por la concepción del mundo japonesa y considerado una gran persona muy apreciada allá por donde pasó. Quiso que lo enterraran en un ataúd de madera sencilla sin barnizar y en una fosa común. Retrató a Unamuno, a Alberti, a Casona y a Bergamín, quien dijo de este fotógrafo gallego que detrás de su cámara había «unos ojos que piensan». Que pensaron y fotografiaron una Eivissa que ya no existe y que ahora podemos degustar en el centro de Madrid.