Sampol es una empresa multinacional mallorquina con más de 600 trabajadores, puntera en el mundo de las infraestructuras eléctricas, de las telecomunicaciones y de la generación de energía eficiente.
Gabriel Sampol, presidente de la compañía e hijo del fundador, José Sampol, acude cada día a su despacho de la sede central del grupo en el polígono de Son Castelló, de Palma. Puntual, cumplidor, no piensa en dejar de trabajar, aunque hace años que no controla el ‘día a día'. Es el alma mater de los departamentos de I+D+i y Energía. En 2011, el Ministerio de Trabajo le distinguió con la medalla de oro del Mérito al Trabajo.
Gabriel Sampol preside la empresa (Sampol S.A.), pero ha dado el relevo a sus cuatro hijos: Carmen, José Luis, Juan Carlos y Fernando. “Mis cuatro hijos se han ido incorporando de una manera natural a la empresa”, asegura.
Carmen, licenciada en administración de empresas, se incorporó a Sampol en 1994 y desde 2000 ejerce de consejera delegada. José Luis, ingeniero industrial, entró en 1996, y ejerce de director de estudios, ofertas e ingeniería. Juan Carlos, ingeniero en edificación y licenciado en administración de empresas, trabaja en Sampol desde 1998. Hoy es el director de compras. Fernando, abogado, se incorporó a la empresa en 2002 y es el director de contratación.
LOS INICIOS. Gabriel Sampol exhibe una gran admiración por su padre y fundador, José Sampol. Originarios de Montuïri, José Sampol y su mujer María Mayol se instalaron en Barcelona, donde él cursó maestría industrial y se formó en el campo de la electricidad. “Mi padre ya tenía la idea de trabajar en el mundo de la electricidad”, explica Gabriel en un sencillo, acogedor pero elegante despacho que preside el retrato de su padre.
“Murió mi hermano mayor y regresaron a Mallorca. Mi abuelo era un hombre de negocios y mi padre se hizo cargo de la farinera de Porreres. Se fueron a vivir allí. Era un negocio magnífico”, explica. Fue en 1934 cuando José Sampol fundó Casa Sampol, una pequeña empresa familiar radicada en la calle del Carmen de Palma. Abandonó la farinera y apostó por la electricidad, su auténtica pasión. Y en 1934, la recién fundada Casa Sampol, se presentó a un concurso público del ayuntamiento de Montuïri para iluminar la escuela. Compitió con la experimentada Casa Cabot, que resultó ser la adjudicataria, “aunque la oferta más competitiva era la de mi padre”. “Era posiblemente el hombre más cualificado. Era un gran técnico. Convirtió la empresa en la número uno al aprovechar sus conocimientos para contribuir a la consolidación de la incipiente industria”, explica orgulloso Gabriel Sampol, que se inició en la empresa paterna en el año 1954 como un operario más. “No fui nunca el hijo del dueño. Mi padre me obligó a estudiar perito industrial en Vilanova i la Geltrú y con el tiempo se lo he agradecido mucho”, manifiesta Gabriel.
Gabriel Sampol transpira pasión por su trabajo, añoranza de aquellos tiempos y esperanza en el futuro. “Mientras hacía el servicio militar en Son Banya, se celebraba la Exposición Universal en Bruselas. Solicité permiso para poder ir, pero el jefe de la base me lo denegó. Tras varias gestiones, me sugirieron que escribiera una carta al ministro, y me llevé una gran sorpresa y una inmensa alegría cuando me autorizaron a ir. En aquellos momentos, era muy importante estar presente en la Exposición Universal, ya que se daban a conocer numerosos avances tecnológicos”, relata.
En los años 60 se produjo en Mallorca un gran auge de la construcción y la proliferación de nuevos hoteles fue una constante. “Recuerdo que se llegó al hotel número 1.000. Mi padre, desgraciadamente, murió muy joven, con 58 años. Me dejó una gran herencia y no hablo, precisamente, de la cuestión económica. La empresa disponía de un grupo de técnicos, de electricistas, de oficiales, excepcional. Hicimos muchos hoteles y la empresa creció muchísimo”, explica.
INTUICIÓN. Gabriel Sampol ha tenido siempre la habilidad de adelantarse a las crisis y abrir nuevos caminos, nuevas áreas de negocio. Fue así cuando poco después de finalizar las obras del hotel Palas Atenea en el Paseo Marítimo de Palma, decidió apostar por el incipiente negocio de las instalaciones eléctricas de los aeropuertos, entonces dependientes del Ministerio del Aire. Corría el año 1973 y la crisis del petróleo se vislumbraba en el horizonte. “Tuve la habilidad de buscar nuevos mercados. Vi la posibilidad de comenzar a trabajar con el entonces denominado Ministerio del Aire y los aeropuertos. Con el equipo humano que teníamos, que era muy bueno, realizamos la práctica totalidad de los aeropuertos españoles. Comenzamos por Palma, después Eivissa...
Hicimos, por ejemplo, el balizamiento completo de Santiago, trabajamos en Barajas. Nos especializamos en centrales eléctricas de emergencia, pero también hacíamos balizamientos...”, recuerda al tiempo que muestra una vieja foto del equipo de trabajo de Casa Sampol en Eivissa.
El impulso definitivo llegó al ganar el concurso de balizamiento en el aeropuerto de Barajas. “Eran unos 40 millones de pesetas y sirvió para darnos a conocer. En este tipo de trabajos había tres aspectos fundamentales: la albañilería, el cableado y los pulsadores de las mesas de la torre de control. Supuso un reto importantísimo”, asegura Gabriel Sampol, que no deja de alabar el trabajo de sus empleados y los conocimientos de Jaime Rosselló, su encargado de toda la vida, que creó escuela y formó a auténticos técnicos como Felipe de Haro y Ramón Fuster.
Rebusca en los recovecos de la memoria para recordar que el mando militar que supervisaba las obras quedó estupefacto al comprobar cómo un solo encargado se responsabilizaba de todos los trabajos.
Al tiempo, Sampol se especializaba también en iluminaciones artísticas que encargaba la Dirección General de Arquitectura de Madrid. “Solo en Mallorca iluminamos la catedral, el castillo de Bellver... Hicimos también la ciudad de Eivissa, Toledo, Jaca, Girona...”, recuerda.
Poco después, Casa Sampol cruzó el Atlántico en dirección al Carible de la mano de los hoteleros mallorquines. “Aprovechando nuestra experiencia en centrales eléctricas, me llamó Luis Riu, y me preguntó si seríamos capaces de producir electricidad. Fuimos a la República Dominicana en el año 1990 en la que fue nuestra primera central de generación de energía en isla. Es decir, aislada. Nuestro personal debía estar pendiente las 24 horas del día”, asegura, y explica que aún hoy tienen una fuerte presencia en el Caribe.
La liberalización del mercado eléctrico en España abrió una nueva oportunidad de negocio con la generación, distribución y comercialización de energía. En Sampol no tardaron en demostrar que se trataba de una empresa preparada para el presente, con un alto nivel tecnológico.
La multinacional mallorquina se adjudicó el concurso de la central de cogeneración -son las que producen energía, calor y frío- del aeropuerto de Madrid-Barajas. Se presentó en solitario y su oferta fue la mejor, tanto en precio como técnicamente. La terminal está climatizada con una central de cogeneración, que ofrece refrigeración, calor y electricidad.
Sampol ha construido también las centrales de cogeneración de Son Llàtzer, de una fábrica de Campofrío en Burgos, así como la del Museo de la Evolución Humana y ha ganado un concurso internacional para hacer una central para la fábrica de Fiorucci en Roma.
La expansión internacional comenzó en la República Dominicana, pero de la mano de los hoteleros mallorquines se establecieron también en México, Jamaica...
El reto son ahora las centrales de régimen ordinario, que son productoras de energía. “Trabajamos para construir dos centrales, una en Menorca y otra en Eivissa. Estamos pendientes de conseguir el interés general”, asegura Biel Sampol. “El futuro se gana en el extranjero, aunque sin renunciar a las oportunidades que aún existen en España”, concluye.