Ahora que ha terminado la cuestión del TIL, es posible hacer un balance para cada uno de los actores de la batalla, desde el punto de vista de los dineros.
Los actores han sido tres, los de siempre:
Los ciudadanos, pagadores de impuestos y receptores de servicios públicos, en este caso encarnados principalmente por los padres/madres de los alumnos.
Los profesionales de la enseñanza, que son perceptores de los impuestos y prestadores de servicios públicos, cuya concreción son sus organizaciones sindicales.
Los gobernantes, que cobran a los ciudadanos y pagan a los profesionales. Simplificando, los intermediarios.
El enfrentamiento, finalizado tras sentencias judiciales contundentes, ha supuesto que el intermediario ha tenido que renunciar a sus planes. Se entierra el asunto, de momento.
Intento hacer un sencillo recuento de costes, para cada uno de los actores:
Los profesionales de la enseñanza tuvieron su coste principal por los salarios perdidos por participar en las jornadas de huelga. No se conoce el dato de cuántas horas de trabajo fueron descontadas. Es un coste real, pero de dimensión desconocida. Sin embargo, hay que pensar que el coste que soportan es inferior al daño económico que producen. Todo el personal auxiliar, la superestructura funcionarial de la Conselleria, todos los proveedores de servicios a los centros de enseñanza, siguen funcionando con normalidad, pero sus horas de trabajo se vuelven improductivas. Por tanto, producen un daño mucho mayor del que soportan. Es una ventaja competitiva, sin duda.
Los intermediarios no han rebajado un céntimo a los ciudadanos de sus impuestos por la falta de prestación de los servicios de enseñanza. Por tanto, no tienen coste. Ingresan lo mismo y pagan algo menos, debido a los salarios que se ahorran. Son ganadores económicos. El coste es político.
Finalmente, los padres/madres y los alumnos, los grandes perdedores. Han perdido horas lectivas de clase y siguen pagando los mismos impuestos. Lo llamativo es que en muchos casos, y al menos el primer curso, apoyaran la huelga. Sentido económico no tiene.
La conclusión es un eslogan publicitario: hay cosas que no tienen precio.