Cada vez que se da un acto desgraciado como el que vimos en París el viernes pasado, y seguramente por su cercanía geográfica y cultural en este caso con mayor fuerza si cabe, se puede despertar un dilema moral por obtener beneficios gracias a los mercados financieros.
Es de sobra conocido que las desgracias humanitarias pueden ser un gran negocio económico: cuando se devasta una ciudad entran en juego muchos negocios, en primer lugar, el armamentístico. Pero no es el único, ya que tras el daño provocado por las armas (o por un tsunami, terremoto, o alguna otra catástrofe meteorológica) hay que reconstruir, para lo que se necesitan otros sectores empresariales: financiación, medicamentos, logística, construcción o tecnología pueden ser los más beneficiados. No pretende este artículo alimentar teorías conspiranoicas pero no cabe duda de que las guerras son un gran negocio.
Desgraciadamente la solución para una persona que no quiera perder poder adquisitivo en sus ahorros pasa por el mercado, y no solo comprando y vendiendo acciones directamente: los fondos de inversión compran empresas que pueden hacerlo o financian estados o empresas que a su vez sí que pueden tener cierta interactuación (incluso nuestro país vende armas); hasta un simple depósito en un banco puede bastar. A esto hay que añadir los beneficios que obtienen algunas empresas por tener trabajadores casi esclavizados en países subdesarrollados en condiciones infrahumanas, incluyendo menores de edad, o incluso las mejorías de márgenes por congelar sueldos o practicar EREs a los trabajadores occidentales.
Cada uno debe tener su moral y su ética y no se quiere desde aquí entrar en las del lector pero es bueno concienciarse y tomar decisiones no egoístas: obtener beneficios de los mercados pero utilizarlos bien (obra social, banca ética o donaciones) es un granito de arena que puede ser una montaña.