Aunque todas las organizaciones políticas se configuran de acuerdo con los incentivos que marcan las leyes electorales, hay margen para que los propios partidos puedan realizar un esfuerzo de reforma y renovación que les permita una mayor permeabilidad y ósmosis con la sociedad.
El modelo de los actuales partidos, incluidos los emergentes, es el del llamado “centralismo democrático” adecuado para aquellos organizados entorno a los dirigentes más próximos al líder; pero claramente insuficiente si se pretende que su fortaleza descanse en los principios de participación, innovación, reformismo o cambio.
De forma creciente y, sobre todo, desde la grave crisis económica, se han observado las limitaciones que tienen para interpretar y representar a los ciudadanos. En definitiva, para responder a los problemas con el nivel de eficacia y pedagogía requeridos. Sin partidos fuertes el proceso reformista se complica.
Por ello -como otros asuntos- el modelo de partido debería estar sometido a debate; siendo el primer escalón hacia el tipo de política que se quiere, se acepta, y se estima. La transformación debería permitirles transitar desde una organización piramidal a otra en red. Para eso, los partidos deberían aspirar a ser también, y sobre todo, laboratorios de ideas, de acción política y de comunicación pedagógica, apartándose de la clásica concepción de partido de masas complaciente y obediente. Desterrando los actuales incentivos al conservadurismo intelectual y a la lealtad acrítica y aceptando que el debate es compatible con la cohesión interna, por la aceptación de las reglas de democracia. Favoreciendo la atracción de talento y creatividad. La discrepancia se ha aceptar como un atractivo para una sociedad que ya es muy plural. Los distintos enfoques no son el problema, la rigidez burocrática sí lo es.
La comunicación podría dejar de articularse a través de la repetición de consignas; ya que los ciudadanos, cada vez más preparados, sienten alergia al seguidismo acrítico; demandan argumentos claros, bien organizados y de base sólida. La selección de candidatos debe articularse mucho más por los principios de democracia interna para ofrecer una mayor representatividad, prestigio y legitimidad. A la vez que las sedes, que actualmente son lugares cerrados opacos a la calle, podrían configurarse como espacios abiertos al caos creativo. Deberían diseñarse mecanismos de revocación del líder para determinados supuestos. Los congresos podrían ser bianuales a fecha fija. Los secretarios de organización podrían perder poder en beneficio de los de acción política y/o participación, etc.
Si el debate es únicamente de personas y no de fondo, no hay política, solo conspiración. Iniciar el proceso de reforma es estimular el placer del conocimiento compartido y la acción transformadora y, además, ganar la confianza de los electores.