Los recientes atentados del 22 de marzo en Bruselas hicieron caer en pocos días el nivel de ocupación hotelera de la capital belga del 82% al 25%; al mismo tiempo, Paris caía al 67% y Londres al 58% al ahuyentar a los turistas procedentes de Asia y América. Para una comunidad autónoma tan dependiente del turismo como la nuestra, muchas son las cuestiones que se nos plantean cuando ocurren estos acontecimientos. ¿Hasta qué punto afecta un atentado o un desastre natural a las reservas de un destino? ¿Cuánto tarda en recuperarse? ¿Cuál debe ser la política de comunicación más acertada? o ¿qué tipo de destinos son más resilentes o resistentes a un atentado?
En 2013, un manual de estudios turísticos que dedicaba un capítulo a recopilar las aportaciones realizadas sobre esta materia, resaltaba que apenas se había publicado hasta la fecha una decena de libros y artículos sobre crisis y gestión de los desastres en el turismo cuando era uno de los eventos más disruptivos a los que puede hacer frente un destino. Huracanes como el Katrina (2005 en EEUU), tsunamis como los del Pacífico (2004) o del Japón (2011), ataques terroristas como el de las torres gemelas de Nueva York (2001), revoluciones políticas como la primavera árabe (2011), secuestros de turistas como en Kenia (2011) o los recientes atentados de París o Bruselas son sin duda argumentos suficientes para prestar atención al problema.
La primera pregunta que nos hacemos ante un atentado es hasta qué punto puede afectar a la demanda turística. Los estudios demuestran que la respuesta es compleja ya que depende de varios factores como la intensidad o magnitud del evento, su frecuencia (probabilidad de repetirse) y si el turismo es o no es el objetivo del mismo. Así, los atentados que tienen como fin último destruir el turismo tienen peores efectos sobre la demanda que los grandes desastres naturales, y aquellos destinos en los que se repiten atentados (como recientemente en Turquía) adquieren fama de peligrosos.
Más aún, un mismo evento puede tener diferente impacto según las características del destino. Un destino en sus fases incipientes puede sucumbir ante un atentado, mientras que un destino maduro (París) puede encajarlos mejor y recuperarse. Tras un atentado, las buenas relaciones políticas con los mercados emisores son importantes si se quieren evitar “recomendaciones negativas para viajar” y los destinos con mejor prensa pueden obtener una cobertura mediática más comprensible que aquellos con mala reputación. En este sentido la gestión de la imagen es un elemento clave par lograr la recuperación.
Otra gran cuestión es el tiempo de recuperación. Además de reconstruir las estructuras dañadas hay que reconstruir la imagen del destino y recuperar los niveles de precios que garanticen su sostenibilidad. En Nueva York la recuperación tardó 4 años, en otros casos como Kenia o Indonesia el crecimiento del turismo en el país apenas se resintió tras los ataques pero fue a costa de rebajas sustanciales de precios y grandes esfuerzos.
La percepción del riesgo en el turismo es uno de los temas más recurrentemente estudiados. El turista es averso al riesgo pero tiende a confundirlo estadísticamente. En un estudio sobre riesgo percibido y realidad concluía que en ningún caso la imagen de riesgo del turista coincidía con la realidad. La percepción que se tenía en cuanto a riesgo sanitario era que la India, China y Tailandia eran los tres países más peligrosos mientras que las estadísticas sobre reclamaciones y siniestros tenían a Tailandia, Egipto y el Caribe en los primeros puestos del ranking. En el caso del crimen, la percepción era que los EEUU, Italia y España eran los países más peligrosos, mientras que en realidad, Tailandia, Sudáfrica y el Caribe lideraban las reclamaciones. Con el terrorismo ocurre algo similar, la imagen puede no coincidir con la realidad y es la imagen generada del destino a partir de su exposición mediática la que afecta a la demanda. La regla es que cuantas más imágenes del atentado y más cruentas, peores serán los efectos negativos.